miércoles, 15 de diciembre de 2010

Los sueños truncos de un policía asesinado en el epílogo de un robo


Por Ariel Etcheverry
Diario La Capital

"Balean a policía que acudía en moto a un robo, en Funes". El noticiero del mediodía lanzaba el titular al aire con la contudencia propia de la televisión, y la sangre de los familiares de Ramón Agustín Flores se congelaba. Cintia Silva, su esposa, compraba verduras y frutas en el negocio que sus suegros habían inaugurado esa misma mañana en Esquiú al 7000, en el barrio conocido como Fisherton Industrial. Unos minutos después, la joven de 25 años comenzó una tensa peregrinación telefónica. Primero con llamadas al celular de su pareja que nunca fueron atendidas. Después, y cuando la desesperación ganaba terreno, con el Comando Radioeléctrico y con la seccional de Funes. Cuando logró que la atendieran desde el otro lado de la línea, sólo le dijeron que su marido había sido baleado, que estaba grave en el sanatorio Laprida y que acudiera a ese centro médico acompañada por alguien de su confianza.

Ese último consejo era un aviso claro de que no la esperaban buenas noticias. "Mientras íbamos para el sanatorio siempre creí que estaba vivo. Que estaría grave quizás, pero vivo", recordó Cintia ayer en una charla con este diario, en su casa de la zona oeste y acompañaba por su madre, quien a partir de la muerte del yerno "se mudó" por tiempo indeterminado a lo de su hija para brindarle compañía y apoyo espiritual.

En la puerta de la sala de terapia intensiva, uno de los médicos que dirigió las maniobras para reanimar al efectivo herido le dio una amplia explicación de todo lo que habían hecho para salvarle la vida hasta que llegó a la parte que nadie quería escuchar. "Entonces se cayó todo. Hasta que me dejaron verlo, no lo podía creer", agregó Cintia. Lo que se desplomó el viernes 3 de diciembre pasado fue un proyecto de vida. Por ejemplo, la intención firme de comprar mediante una entrega y un plan de cuotas la casa que alquilaban en el mismo barrio donde nacieron y que está equidistante de las viviendas de las dos familias de origen.

Exactamente un mes antes de que lo mataran, Flores había cumplido 33 años. Tuvo la oportunidad de festejarlo con dos reuniones. Una fue organizada por Cintia, quien logró juntar a los amigos más íntimos y tuvo lugar en su casa, con imágenes que quedaron grabadas en una cámara digital. La otra, que se hizo unos días después, incluyó partido de fútbol y un asado con todas las de la ley para los compañeros de trabajo, mitin al que se sumaron también algunos de sus superiores más inmediatos.

El último día

Flores era parte del plantel del Comando Radioeléctrico de Funes y su función específica era recorrer a pie la zona comercial de esa ciudad. A los agentes que cumplen ese rol se los denomina "caminantes". Aquel 3 de diciembre, Agustín (así lo llamaban su mujer y varios vecinos del lugar donde trabajaba) se levantó a las 8. Antes de presentarse a su puesto, a las 11, se dio una vuelta para dar una mano en la verdulería que sus padres inauguraron esa misma mañana. Se le hizo un poco tarde y regresó a su casa a las 10.45 para darse un baño, ponerse el uniforme y salir finalmente hacia Funes en su moto Honda de 250 centímetros cúbicos.

Esa mañana, el policía se despidió de su esposa con un beso. Pero ayer, Cintia trajo al presente una frase que Agustín le dijo en varias oportunidades antes partir hacia el trabajo y que ahora parecen una mueca del destino. "Muñeca, saludame que yo me voy, pero no se si vuelvo. Agustín tomaba su trabajo como un verdadero servidor público. La tenía re clara, sabía que estaba expuesto a que le sucediera algo malo. Nosotros no estábamos preparados, pero él sí", añadió.

Flores tomó su puesto en la calle poco después de las once de la mañana. Una hora más tarde recibió en su radio un alerta de la central del Comando en la que se informaba sobre la activación de una alarma en Sanimax, un negocio ubicado a dos cuadras de donde estaba de guardia. "El me contó que la mayoría de las activaciones de alarmas que se denuncian en Funes son accidentales. Por eso cuando llegó y bajó de la moto, se sacó el casco y se subió los lentes de sol a la frente. Lo sorpendieron y el que le disparó lo hizo con todas las intenciones de matar", dijo Cintia.

Flores decidió ingresar a las filas de la policía provincial casi en el límite de edad permitido. Antes trabajó como personal de vigilancia en boliches y fue contratado para cuidar a un par de celebridades de diferentes calibres como Luis Miguel y el bailantero Daniel Agostini. Había hecho cursos de defensa personal y de aikido. Llegando a los 30 años, y con el apoyo de Cintia para que pudiera completar el par de materias que debía de la secundaria, Flores ingresó al Instituto de Seguridad Pública, del que egresó con el rango de agente cuatro meses después. Su primer puesto fueron las calles más comerciales de Granadero Baigorria. Como sucedería más tarde en Funes, Agustín se ganó el cariño de muchos vecinos y comerciantes. Al conocerse un año después que sería trasladado a Funes, hubo una movida en Baigorria con presentación de notas y hasta cortes de calles para pedir que el policía se quedara allí.

Cintia contó que su mayor anhelo era pertenecer a la Tropa de Operaciones Especiales (TOE), el cuerpo de elite de la policía provincial. El primer requisito para ese puesto es tener como mínimo dos años de antigüedad en la fuerza y al finalizar 2010 Flores ya estaba en condiciones de postularse. Otro proyecto que quedó trunco. "Ahora, no puedo pensar en el futuro. Pero no me voy a quedar quieta. A pesar del dolor que tengo, estoy orgullosa de él".


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