viernes, 24 de junio de 2011

Juan Manuel Fangio: un siglo de grandeza


Hoy se cumplen 100 años del nacimiento del Quíntuple,
el máximo referente del automovilismo nacional

Por Roberto Berasategui
LA NACION


Vivió en la esquina que limita los sacrificios chacareros con las costumbres parisinas. Provino de esos pagos que Dios bendijo con la tierra fértil, aunque forjó sus costumbres en las altas esferas europeas. Mixturó esa extraña sabiduría campesina por conformar mucho con poco y se distinguió ante monarquías y excelsos personajes.

Demostró la sabiduría de aquellos que no la buscan porque saben que se adquiere en otro lugar, con otras actitudes; desde la humilde postura de escuchar, la paciencia para esperar, la tranquilidad para ver y la serenidad para transitar. Y eso no es exclusivo ni de las tranqueras pampeanas, ni de las trabajadas y elegantes puertas monegascas.

Sereno, paciente, observador, medido. Sí, aquel que se ganó la fama mundial por saber andar más rápido entre los más veloces y adueñarse de cinco títulos mundiales de Fórmula 1 esculpió prestigio cuando el frágil casco, compañero de estupendas hazañas, quedó a un costado y mostró al hombre, que, como afirma su libro, superó al mito.

Los mortales suelen manejarse con cifras, con números. Cuando se cumplen 100 años de su natalicio. A un siglo del nacimiento de Juan Manuel Fangio, el hombre que, tras su fallecimiento, el 17 de julio de 1995, mantiene la leyenda, su legado, sus enseñanzas.

Esa sabiduría buscaba más allá. Contrastaba la frialdad de un voraz campeón de las pistas, que veía a través de las antiparras mucho más allá de la trompa de su coche para planear la mejor estrategia, y el calor de la mano extendida para quien buscara su ayuda, con la palabra justa y la paternal voz acompañada por la palmada protectora.

En esa zona fértil sembró un legado que hoy cosechan familiares y amigos, que intentan, con suma precisión, transitar ese espíritu de sabiduría, encaminado por el ejemplo del campeón.

El Museo, su museo, un verdadero orgullo nacional, por perseverancia, minuciosidad, no sólo muestra objetos históricos. No es exclusivo del automovilismo. Allí se percibe el desarrollo de un país que supo organizarse para diversas causas y que logró el éxito absoluto. Y también se transmite la inconmensurable emoción y cariño de un grupo de emprendedores que no hacen más que expresar los valores que, en estos tiempos de incomprensibles vértigos y descuidos, se muestran vapuleados.

Su figura se engrandeció sobre el barro, donde desafió a la velocidad y con grasa en las manos condujo volantes de madera dividiendo al país en una rivalidad con los Gálvez, sus amigos; juntó el fervor de todos en su aventura internacional, escaló a la cima de la fama mundial con sus logros y sus hazañas, y originó la admiración de Jorge Luis Borges y de Luis Leloir compartiendo el podio del prestigio.

Y hasta del mismo Ernesto Sabato, con quien compartía el mismo día de nacimiento: 24 de junio de 1911. El gran escritor lo recibió en su casa de Santos Lugares. Sabato, asombrado por el gran campeón, destacó: "Ha visto la vida, y sobre todo la muerte, demasiado cerca". Y destacó: "Modelo de hombre. Quiero decir: arquetipo de valores espirituales como fe, tenacidad, valentía, inteligencia, aguante y espíritu de observación. ¿O hay todavía quien cree que un campeón así se obtiene apretando el acelerador?"

Las distinciones fueron múltiples. Fue Ciudadano Ilustre, recibió medallas y hasta el segundo hombre en llegar a la luna, ferviente admirador del Quíntuple, le dedicó una foto autografiada: "A Juan Manuel Fangio, con mis mejores deseos, Edwin Aldrin" . Firmó autógrafos a sus secuestradores en Cuba, en 1958, y La Nacion reflejó la escuela de La Rioja que lleva el nombre de Juan Manuel Fangio por elección de sus alumnos. "Se buscó una celebridad que sea motivo de orgullo de nuestro país. Y allí surgió el nombre de Fangio. Luchador, perseverante, capaz de lograr sus metas sin dejar de lado su humildad y respeto y, fundamentalmente, sembrando en la conciencia de muchos el amor hacia el deporte y la vida sana", argumentan en la escuela municipal.

Paradigma de la responsabilidad, la seriedad, el sacrificio y la honestidad, demostró que, desde la humildad, se puede cargar la realidad a la cima de los sueños. Si hoy estuviese aquí, achicaría sus ojos azules, mostraría lentamente las palmas de las manos al cielo, las mismas que con fuerza y coraje condujeron el empuje de la pasión de un país y, al igual que aquella vez que Ayrton Senna le levantó el brazo izquierdo en Australia, en el reconocimiento absoluto, se preguntaría en voz baja: "¿Qué habré hecho para merecer tanto?"

Sencillamente Fangio.



Entre el cuento y el mito

1948. El Automóvil Club Argentino (ACA) organizaba la primera Temporada Internacional. Los directivos consiguieron los mejores autos para dárselos a los pilotos argentinos más destacados. Tan pronto llegaron los vehículos a Buenos Aires comenzaron a desfilar los corredores por las oficinas del ACA. Querían saber cuánto les pagarían por correr. Fangio fue el único que humildemente se acercó a preguntar cuánto había que pagar para sentarse en una de esas máquinas.

Un año después, el equipo argentino era una realidad y fueron a correr en Albi (Francia). Durante las pruebas del sábado el príncipe Bira rompió el motor de su Maserati. Fangio, al enterarse le ofreció el motor de reserva del equipo. Su gesto desató la furia del jefe de mecánicos, Amedeo Bignami (artífice de las victorias del inmortal Achille Varzi). Fangio escuchó impasible los argumentos airados del “capomecánico” y le respondió: “Vea Bignami, yo vine a hacerme un nombre aquí en Europa. Si corro contra nadie ¿a quién le voy a ganar?”. Al día siguiente, Fangio ganó acosado por Bira que llevaba en su Maserati el motor cedido por el piloto de Balcarce.

En abril de 1950 la Alfa Romeo decidió darle la oportunidad a Fangio para correr con la invencible Alfetta en San Remo, con vistas al inminente Mundial de Pilotos (F1). Sus entrenamientos (con lluvia) fueron discretos y al bajarse del auto, el “Chueco”, como llamaban a Fangio, notó un ambiente tenso. Pidió permiso para hablar y dijo: “Señores, ustedes no tienen nada que perder. Si pierdo, pierde Fangio, si gano, gana Alfa Romeo”. En la carrera, luego de una mala largada, remontó desde el quinto puesto ganando de forma espectacular. Los directivos de la casa milanesa, olvidaron sus anteriores suspicacias y trataron de firmar al talentoso argentino. Pero había problema monetario de por medio. Fangio simplemente pidió ver un contrato en blanco. Lo leyó, lo firmó y comentó: “La cifra la ponen ustedes”. Acababa de ingresar al entonces mejor equipo del mundo.


Precisión milimétrica

Se corría el GP de Bélgica, y Fangio era piloto oficial de Maserati. En aquel entonces, los equipos tenían un cuarto o quinto auto para dárselo a alguna figura local y en esta ocasión se lo habían dado al piloto belga Johnny Claes. Estaban probando y Fangio hacía unos tiempos increíbles. En cambio Claes, que conocía la pista mejor que ninguno, marcaba unos registros que dejaban mucho que desear. Pensando que el problema era su auto se acercó a Fangio y le pidió que diera unas vueltas con su coche. Fangio accedió y en pocos giros hizo un tiempo inferior al que había hecho con su auto titular. Claes sin salir de su asombro le preguntó a Fangio cómo lo había hecho. El Chueco bajó del auto lentamente, sin decir palabra, se sentó en la pared del box y luego, tranquilamente le dijo: “Es muy fácil: hay que frenar menos y acelerar más”.

“Yo manejaba un HWM y durante los entrenamientos me encontraba detrás de los fardos de paja a la salida de una curva observando como entrenaban Fangio y Ascari”, relató Stirling Moss al recordar el GP de Bari (1950). “Por supuesto, los dos eran extraordinarios. Ascari salía derrapando y pasaba a pocos centímetros de los fardos de paja, vuelta tras vuelta siempre a la misma distancia. Pero entonces Juan Manuel salió de la misma curva casi rozando los fardos de paja de modo que temblaban las cañas que sobresalían y alguna que otra se rompía y salía volando. Pasaría igual vuelta tras vuelta. Era tan constante como Ascari y aprovechaba justo esa mínima fracción más de pista para ir una mínima fracción más rápido. Son esas fracciones las que marcan la diferencia entre un gran campeón y un genio absoluto”.




No hay comentarios:

Snap Shots

Get Free Shots from Snap.com