El síndrome explosivo intermitente es un trastorno de ansiedad, que se trata.
“Vivía teniendo accidentes de auto. Conducía rápido, nunca hice caso a los semáforos ni a las sendas peatonales... Lo hacía porque sí. Tuve un ataque de pánico y me volví más impulsivo; un día, al recorrer una calle por donde debía ir a 40 kilómetros por hora, estaba muy apurado y choqué a tres autos a 100 km/h. Fuimos todos presos. Yo sólo pensaba: no importa, lo arregla el seguro.”
Mariano Díaz, de 31 años, agente inmobiliario, casado, con dos hijos, afectado de un trastorno de ansiedad generalizada, relata con objetividad y sin culpa lo que ahora sabe que era su enfermedad. Recientes investigaciones detectaron que el 25% de las personas con trastornos de ansiedad sufren también del síndrome explosivo intermitente, un desequilibrio en el control de los impulsos, directamente relacionado con el perfil de automovilistas que incurren en el manejo agresivo.
Los síntomas (uno de los principales es la intolerancia a la espera) y los riesgos de este cuadro son para tener en cuenta en momentos en que en la Argentina se debate qué medidas tomar para tratar de disminuir la gran cantidad de muertes registradas en accidentes de tránsito.
En el 80% de los casos, este trastorno se da en hombres y ha sido extensamente estudiado en los Estados Unidos, donde se lo conoce como road rage (furia del camino) o agressive driving (manejo agresivo). El último estudio sobre este trastorno fue presentado por el doctor Edward Blanchard, en el Congreso Anual de la Asociación Americana Cognitivo Comportamental, en Filadelfia, Estados Unidos.
Como este trastorno, que puede ser comprobado a través de pericias, está siendo esgrimido como atenuante en casos judiciales por accidentes viales, el manual de trastornos mentales advierte claramente que hay que tener "extremo cuidado con los simuladores".
Señales de riesgo
En la Argentina, el descubrimiento del vínculo entre este trastorno y la conducta agresiva al volante, así como su tratamiento, es prácticamente desconocido. Uno de los pocos equipos que lo tratan es el que dirige el licenciado Daniel Bogiaizián, vicepresidente de la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad y director psicológico de la Asociación Ayuda ( www.ayuda.org.ar ), donde se aplica la terapia. "Nos topamos con este trastorno mientras trabajábamos con pacientes ansiosos que tenían mal manejo de las situaciones de enojo en el tránsito", explicó. Uno de los principales síntomas es la intolerancia a la espera. "El paciente va generando una tensión en la situación de manejo que se sostiene en el tiempo hasta hacerse insoportable, señala Bogiaizián. No tolera la frustración; el tiempo que tarda un semáforo puede ser intolerable, porque el tiempo psicológico y el cronológico no coinciden."
Otra de las características es la necesidad de justicia. Están muy pendientes de los otros, "la mayoría tiene un sentido importante del deber, suponen que hacen lo correcto, dice el psicólogo, y no entienden cómo los demás no responden igual". Por eso, la agresión en general tiene que ver con "enseñarle" al otro.
Así lo relata Mariano Díaz: "Siempre tuve autos rápidos, iba a 200 en la autopista por la izquierda. Hacía luces a 130, imponiendo mi ley de «corréte que vengo yo». Como no se corrían, yo les tiraba con monedas de un peso, o aceleraba el auto y les pegaba en el retrovisor, me ponía adelante y frenaba para que bajaran la velocidad, para que sintieran lo mismo que me provocaban a mí. Yo buscaba hacer justicia. Si un tipo estaba estacionado en doble mano con las balizas, yo me bajaba y le pegaba, no me bancaba tener que esperar".
Claro que estas actitudes, en vez de provocar alivio, generan culpa y más tensión.
"En seguida aparece el arrepentimiento -dice Bogiaizián-. Y se amargan el día. Porque la descarga era inapropiada." "Yo tenía un auto con luces de xenón que molestaban. Me decían «¡pará ciego!», y yo me bajaba y les daba una trompada. O los enganchaba en una estación de servicio y ahí les daba. Después sentía mucha culpa, yo hago artes marciales, cómo le voy a pegar a un pobre tipo. Era mi peor etapa. Generalmente, me pasaba solo. Pero si estaba mi señora, no me importaba. Nunca pensé que nos podíamos matar."
Estos pacientes no tienen un registro claro de cuánto los afecta la tensión. Pero ésta provoca emociones y reacciones corporales y puede derivar en un ataque de pánico. Por eso, en algunos casos, si existe peligrosidad para él o terceros pueden indicarle que deje de manejar durante un tiempo.
Terapia rodante
El eje del tratamiento -que demanda entre tres y cuatro meses hasta cambiar el hábito del manejo- se hace en el consultorio. pero también en las calles.
En terapia, un coterapeuta simula situaciones de manejo "provocativas" para que el paciente aprenda a manejar la emoción, a no engancharse y a alejarse de la situación, "sin que se les juegue la hombría, aclara Bogiaizián, porque el objetivo es llegar sano y salvo, no demostrar que es un macho".
El otro eje consiste en salir con el paciente en su propio auto para ver cómo construye el malestar, con qué cosas se siente provocado, y qué es posible modificar. "Mi psicólogo se subió a mi auto y manejó como yo manejaba -contó Mariano Díaz-. Me sentí muy incómodo e imaginé a mi señora sufriendo a mi lado. Así empezó el cambio. Trabajábamos mucho en la autopista. Me sugirió que hiciera luces a 300 metros no a 20, que el 85% de los autos se iban a correr y que con el 15% que no, me quedara atrás o lo pasara por la derecha." Otra de las estrategias consiste en armar "una agenda realista", con tiempos posibles, que eviten generar escenarios de tensión.
De a poco, el paciente deja de atender a cuestiones incontrolables: si otros automovilistas cruzaron en rojo, pasan por la banquina u ocupan la franja peatonal. "Y ahí podemos decir que está curado", asegura el especialista.
Mariano Díaz lo corrobora y asegura: "Ahora manejo más despacio, más seguro. Me compré un BMW automático secuencial, y se me fue esa cosa de ser Schumacher en la calle. Ando rápido, pero siempre respetando al tercero y donde se puede. En el barrio, voy a 40 y no lo puedo creer. Nunca más tuve accidentes ni me bajo del auto. No me interesa hacer justicia. Si me dicen algo, levanto los vidrios y subo la música.
"Ahora no sólo manejo mi auto, sino también mi mundo", concluyó Mariano.
Por Florencia Bernadou Para LA NACION
“Vivía teniendo accidentes de auto. Conducía rápido, nunca hice caso a los semáforos ni a las sendas peatonales... Lo hacía porque sí. Tuve un ataque de pánico y me volví más impulsivo; un día, al recorrer una calle por donde debía ir a 40 kilómetros por hora, estaba muy apurado y choqué a tres autos a 100 km/h. Fuimos todos presos. Yo sólo pensaba: no importa, lo arregla el seguro.”
Mariano Díaz, de 31 años, agente inmobiliario, casado, con dos hijos, afectado de un trastorno de ansiedad generalizada, relata con objetividad y sin culpa lo que ahora sabe que era su enfermedad. Recientes investigaciones detectaron que el 25% de las personas con trastornos de ansiedad sufren también del síndrome explosivo intermitente, un desequilibrio en el control de los impulsos, directamente relacionado con el perfil de automovilistas que incurren en el manejo agresivo.
Los síntomas (uno de los principales es la intolerancia a la espera) y los riesgos de este cuadro son para tener en cuenta en momentos en que en la Argentina se debate qué medidas tomar para tratar de disminuir la gran cantidad de muertes registradas en accidentes de tránsito.
En el 80% de los casos, este trastorno se da en hombres y ha sido extensamente estudiado en los Estados Unidos, donde se lo conoce como road rage (furia del camino) o agressive driving (manejo agresivo). El último estudio sobre este trastorno fue presentado por el doctor Edward Blanchard, en el Congreso Anual de la Asociación Americana Cognitivo Comportamental, en Filadelfia, Estados Unidos.
Como este trastorno, que puede ser comprobado a través de pericias, está siendo esgrimido como atenuante en casos judiciales por accidentes viales, el manual de trastornos mentales advierte claramente que hay que tener "extremo cuidado con los simuladores".
Señales de riesgo
En la Argentina, el descubrimiento del vínculo entre este trastorno y la conducta agresiva al volante, así como su tratamiento, es prácticamente desconocido. Uno de los pocos equipos que lo tratan es el que dirige el licenciado Daniel Bogiaizián, vicepresidente de la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad y director psicológico de la Asociación Ayuda ( www.ayuda.org.ar ), donde se aplica la terapia. "Nos topamos con este trastorno mientras trabajábamos con pacientes ansiosos que tenían mal manejo de las situaciones de enojo en el tránsito", explicó. Uno de los principales síntomas es la intolerancia a la espera. "El paciente va generando una tensión en la situación de manejo que se sostiene en el tiempo hasta hacerse insoportable, señala Bogiaizián. No tolera la frustración; el tiempo que tarda un semáforo puede ser intolerable, porque el tiempo psicológico y el cronológico no coinciden."
Otra de las características es la necesidad de justicia. Están muy pendientes de los otros, "la mayoría tiene un sentido importante del deber, suponen que hacen lo correcto, dice el psicólogo, y no entienden cómo los demás no responden igual". Por eso, la agresión en general tiene que ver con "enseñarle" al otro.
Así lo relata Mariano Díaz: "Siempre tuve autos rápidos, iba a 200 en la autopista por la izquierda. Hacía luces a 130, imponiendo mi ley de «corréte que vengo yo». Como no se corrían, yo les tiraba con monedas de un peso, o aceleraba el auto y les pegaba en el retrovisor, me ponía adelante y frenaba para que bajaran la velocidad, para que sintieran lo mismo que me provocaban a mí. Yo buscaba hacer justicia. Si un tipo estaba estacionado en doble mano con las balizas, yo me bajaba y le pegaba, no me bancaba tener que esperar".
Claro que estas actitudes, en vez de provocar alivio, generan culpa y más tensión.
"En seguida aparece el arrepentimiento -dice Bogiaizián-. Y se amargan el día. Porque la descarga era inapropiada." "Yo tenía un auto con luces de xenón que molestaban. Me decían «¡pará ciego!», y yo me bajaba y les daba una trompada. O los enganchaba en una estación de servicio y ahí les daba. Después sentía mucha culpa, yo hago artes marciales, cómo le voy a pegar a un pobre tipo. Era mi peor etapa. Generalmente, me pasaba solo. Pero si estaba mi señora, no me importaba. Nunca pensé que nos podíamos matar."
Estos pacientes no tienen un registro claro de cuánto los afecta la tensión. Pero ésta provoca emociones y reacciones corporales y puede derivar en un ataque de pánico. Por eso, en algunos casos, si existe peligrosidad para él o terceros pueden indicarle que deje de manejar durante un tiempo.
Terapia rodante
El eje del tratamiento -que demanda entre tres y cuatro meses hasta cambiar el hábito del manejo- se hace en el consultorio. pero también en las calles.
En terapia, un coterapeuta simula situaciones de manejo "provocativas" para que el paciente aprenda a manejar la emoción, a no engancharse y a alejarse de la situación, "sin que se les juegue la hombría, aclara Bogiaizián, porque el objetivo es llegar sano y salvo, no demostrar que es un macho".
El otro eje consiste en salir con el paciente en su propio auto para ver cómo construye el malestar, con qué cosas se siente provocado, y qué es posible modificar. "Mi psicólogo se subió a mi auto y manejó como yo manejaba -contó Mariano Díaz-. Me sentí muy incómodo e imaginé a mi señora sufriendo a mi lado. Así empezó el cambio. Trabajábamos mucho en la autopista. Me sugirió que hiciera luces a 300 metros no a 20, que el 85% de los autos se iban a correr y que con el 15% que no, me quedara atrás o lo pasara por la derecha." Otra de las estrategias consiste en armar "una agenda realista", con tiempos posibles, que eviten generar escenarios de tensión.
De a poco, el paciente deja de atender a cuestiones incontrolables: si otros automovilistas cruzaron en rojo, pasan por la banquina u ocupan la franja peatonal. "Y ahí podemos decir que está curado", asegura el especialista.
Mariano Díaz lo corrobora y asegura: "Ahora manejo más despacio, más seguro. Me compré un BMW automático secuencial, y se me fue esa cosa de ser Schumacher en la calle. Ando rápido, pero siempre respetando al tercero y donde se puede. En el barrio, voy a 40 y no lo puedo creer. Nunca más tuve accidentes ni me bajo del auto. No me interesa hacer justicia. Si me dicen algo, levanto los vidrios y subo la música.
"Ahora no sólo manejo mi auto, sino también mi mundo", concluyó Mariano.
Por Florencia Bernadou Para LA NACION
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