Los libros nacen cuando de verdad han crecido dentro, como en el embarazo de las mujeres, asegura el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Así fue con “Espejos. Una historia casi universal”, que se propone nada menos que contar la historia de la humanidad, pero además desde el lado “de los que no salieron en la foto”. “Uno siente que un libro le anda dentro como un niño en el cuerpo de una mujer. Y en ese sentido yo siempre digo que los libros me escriben, ellos son los que me dictan lo que quieren ser”, explica Galeano a la agencia de noticial DPA en una mañana nubosa de mayo, en medio de su gira para presentarlo en España.
Al comienzo fue una idea difusa, pero “el libro se fue armando a sí mismo, de un modo al principio un poco loco, incoherente. Después fue logrando un ritmo interno que hace que salte de un tiempo a otro y de un lugar del mapa a otro con libertad, pero no una libertad enemiga de la lectura”. De hecho, no existe confusión para el lector, sino que éste se ve conducido por “un hilo tenue, como invisible” de unos personajes a los demás en los más de 600 microrrelatos. “Cuando uno se mira al espejo, uno cree que se mira y ahí está el principio y fin del espejo, pero en realidad los espejos tienen una enorme cantidad de caras previas que han estado allí y que quisieran seguir estando”, señala el autor de “Memorias del fuego” con respecto al título. “El espejo nos devuelve a los que no salieron en la foto, y son los que en el libro me tocaron el hombro y me dijeron: yo quiero estar ahí”.
Los protagonistas, como es habitual en las obras de Galeano -quien vivió exiliado en Argentina y en la costa catalana en los años 70, durante las dictaduras militares del Cono Sur- son los “excluídos, los nadies, los pobres, las mujeres, los negros y otras culturas del sur del mundo que fueron despreciadas”. Ellos dan vida a historias que pasaron pero que han sido olvidadas, o se conocen muy poco. Y que surgen “de la certeza de que el arco iris terrestre es más colorido que el arco iris celeste, y que ha sido mutilado. Mutilado por ejemplo por el machismo, que suprimió a la mitad de la humanidad, a las mujeres. Y que condenó la diversidad sexual. Y por el racismo, que partió de un olvido interesado: se olvida de que somos todos africanos emigrados”. “Los humanitos venimos todos del Africa, desde los blancos blanquísimos hasta los negros retintos, y los que no vivimos en el Africa somos todos africanos de origen, emigrados. Los pueblos se lanzaron a la conquista del mundo cuando no se exigía más pasaporte que las piernas caminantes”, subraya.
En ese sentido, califica de “paradoja reveladora” lo que ocurre ahora en Europa, con el endurecimiento de las legislaciones contra los inmigrantes, a los que se equipara con delincuentes. “Europa derramó población sobre el mundo entero, sin inconveniente ninguno, y lo hizo en nombre de Dios al principio y después en nombre de la civilización y el progreso”. “Pero ahora ocurre la invasión de los invadidos, y el norte no puede quejarse de las consecuencias de sus actos, porque organizó un mundo donde hay una inmensa cantidad de desesperados. Nadie emigra porque quiere. Lo hacen corridos por el hambre, la sequía, por las guerras, por el desamparo. Y en vano golpean a las puertas que se cierran en sus narices. Yo digo que es una paradoja reveladora porque este mundo predica la libertad del dinero, pero practica la prisión de las personas”.
Cuando no estaba de moda hacerlo, Galeano hablaba ya de la defensa del medio ambiente, en libros como “Uselo y tírelo”. Cree ahora que en los últimos tiempos se ha avanzado algo, pero que aún estamos lejos de haber recuperado “la primitiva sabiduría de algunas culturas que supieron vivir en comunión con la naturaleza”. Eso se ve en el hecho de que “el mundo esté ahora pendiente de cómo alimentar a los automóviles, cuando el mundo está lleno de seres humanos con hambre. Y que para alimentar a los automóviles vuelva otra vez la maldición del monocultivo en los cañaverales o en la soja, en nombre del sacrosanto automóvil, que es el rey de los reyes, porque el miembro más importante de la familia duerme en el garaje”, denuncia.
Pero pese a ello ocurren cosas positivas, como en la nueva Constitución de Ecuador, una noticia que no ve recogida en ningún medio. “Por primera vez en la historia de la humanidad”, a la naturaleza se la considera en el texto como sujeto de derecho. “La naturaleza siempre fue objeto de propiedad, pero no sujeto de derecho. Y es la primera vez que se reconoce que tiene derechos propios y que es obligación de los Estados defender esos derechos, que son de la naturaleza, porque nosotros somos parte de ella, pero ella llega mucho más allá de nosotros”.
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