viernes, 9 de mayo de 2008

La pelea interna entre el periodista y la persona

El periodismo parece haber terminado en esta íntima discusión. En la millonaria rebeldía de Pergolini y en la actitud de Crudo. Por Jorge Lanata.

Muchos de nosotros mantenemos, en este trabajo, una antigua pelea interna: la que enfrenta al periodista y a la persona. Escuchar durante horas a un funcionario de teflón mintiéndote en la cara hace que la persona pugne por salir y arrase la objetividad políticamente correcta del periodista que escucha y repregunta. Pocos tenemos, en este trabajo, la libertad para que esa pelea se haga pública y trascienda
—¡Mirá lo que le dijo!— se entusiasma el público cuando el periodista se transforma en persona, esto es, cuando muestra que siente como tal y no como un alga acorralada por la forma.

Alguna vez, en la televisión, insulté a un concejal que le robaba planes de asistencia a los abuelitos, otra eché del estudio a un ministro de Economía provincial y varias pude darme el gusto de decirle a alguna cara de teflón: “Basta, no me mienta. No me tome por idiota, por favor, aunque sea respéteme.”

Algo así debe haber sentido el otro día Antonio Crudo, periodista de Radio Rivadavia, cuando interrumpió el discurso de Cristina K. La presidenta hablaba del “inexistente” aumento de las cuotas escolares cuando a Crudo se le escapó:

—¡Presidenta! ¡A mí la cuota de mi hija me subió más del treinta por ciento!

No había nada que discutir: la verdad que Crudo revelaba hacía honor a su apellido; antes pagaba 170 pesos y ahora 228. Personal de seguridad lo sacó del Salón Azul y luego trascendió que desde la Secretaría de Medios llamaron a Radio Rivadavia para pedir que no lo despidieran, como si esa actitud hubiera sido la lógica: despedirlo porque se transformó en persona. Para Cristina, según la Nación, el hecho “agravió su investidura”. La presidenta no se sintió agraviada algunos días antes del hecho de marras cuando un tal Gonzalito, movilero del programa “periodístico” CQC, le preguntó si había tenido relaciones con el presidente de Francia.

—¿Y? ¿Pasó algo con Sarkozy en privado?— le guiñó Gonzalito a Cristina, el 15 de abril, en un acto en Bernal.

Tampoco el popular Gonzalito se sintió agraviado cuando, hace algún tiempo, con medio cuerpo dentro del coche presidencial entrevistaba al entonces presidente Kirchner, y Néstor, tomándolo de la nuca, lo agachó hacia su regazo como si lo obligara a practicarle sexo oral. Una gran escena a la que Cristina asistió con cara desencajada. Una cosa es la rebelión pautada y otra convertirse en persona sin libreto.

Frente a las palabras de Crudo, algún setentista nostálgico recordó un hecho que superficialmente parecería similar: el de la periodista Ana Guzzetti, cuando en febrero de 1974, durante una conferencia de prensa, le preguntó a Perón:

—Cuando usted tuvo la primera conferencia de prensa con nosotros yo le pregunté qué medidas iba a tomar el gobierno para parar la escalada de atentados fascistas que sufrían los militantes populares. A partir de los hechos de Azul, conocidos por todos, y después de su mensaje llamando a defender al gobierno, esa escalada fascista se ha ampliado mucho más. En dos semanas hubo exactamente veinticinco unidades básicas voladas, que no pertenecen precisamente a la ultraizquierda, hubo doce militantes muertos y ayer se descubrió el asesinato de un fotógrafo. Evidentemente, todo esto está realizado por grupos parapoliciales de ultraderecha....

—¿Usted se hace responsable de lo que dice?— le preguntó Perón, fuera de sí.

—Eso de los parapoliciales lo tiene que probar.— Y, dirigiéndose al edecán aeronáutico, le ordenó: “¡Tomen los datos necesarios para que el Ministerio de Justicia inicie una causa contra esta señorita!” Ana Guzzetti fue detenida en el lugar y luego torturada. Perón, días después, cerró por decreto el diario El Mundo, financiado por el PRT.

Treinta y cuatro años después, las tres preguntas trazan una metáfora de la Argentina: Ana Guzzetti sobre la Triple A, Crudo sobre las cuotas escolares y Gonzalito sobre las costumbres sexuales. En esto parece haber terminado parte del periodismo argentino: en la íntima discusión entre ser periodista o persona, en la millonaria rebeldía de Pergolini y en la curiosa actitud de una presidenta que considera insulto una pregunta sobre la escuela y se ríe, cómplice, con otra sobre la cama.

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