LA PIGMENTACIÓN ARGENTINA. ¿Qué pasó en la Argentina para que el señor de la foto se haya vuelto una amenaza? ¿Quién lo transformó en un peligro social?
Alejandro Seselovsky.
Critica Digital
La imagen estuvo girando por Mendoza, Jujuy y, durante algunas semanas, fue una aparición que te sacudía si venías por Plaza San Martín, justo en la esquina de Marcelo T. Siempre como parte del proyecto Yeca, un trabajo del fotógrafo Luis Abadi, que decidió poner el ojo en personajes casuales en lugares públicos. Hay otras imágenes: una muy amenazante de un policía bigotón con un cuchillo carnicero en la mano y la del albañil de casco blanco que emerge heroico de las entrañas de la vereda. Pero ninguna foto con el resplandor de esta foto, la que más acabadamente condensa algo que con tranquilidad podríamos llamar la Argentina, una parte de ella, la parte más aparte.
El señor que está ahí, o lo que cualquier habitante promedio de esta tan tolerante ciudad de Buenos Aires llamaría ese negro: los labios de churrasco, las vísceras de un chori, la piel india, el peronismo explícito, el cuchillo en la mano, la mano sobrándolo, unas Malvinas en algún lugar de por ahí, la palabra “sindicato”, la palabra “camionero”, los ojos chinos y un cielo patrio conteniéndolo todo. Somos ese señor que está ahí. Somos, también, ese negro. Venimos siéndolo, a ver. ¿Y a cuento de qué venir a decirlo? ¿Cuál onda con la proclama? Últimamente, algo nos ha vuelto a poner frente a nuestras históricas tensiones de clase. Desde la repentina revitalización de la palabra “oligarquía” que el conflicto con el campo, por conveniencia retórica del Gobierno o por verdadera emergencia terrateniente, ha recuperado del fondo de la historia, hasta esa rudimentaria representación infantojuvenil que divinas y populares se han tomado la molestia de legarnos, pasando por Jorge Rial hablando de la lucha de clases en esa terminación nerviosa de la realidad nacional que es Bailando por un sueño, verificando quién es grasa y quién es fina en un programa que ya sabemos lo finoli que es. Y culminando, por supuesto, en ese éxtasis de la manifestación pública en boca del señor piquetero oficial. Porque, vamos a decirlo, a Horacio González le hubiera llevado doscientas cincuenta subordinadas explicar las tensiones de clase que Luis D’Elía puso en seis palabras: odio a los blancos del centro. No se puede ser más exacto, más drástico. Lo que tiene de bueno D’Elía es que no te sofoca con tener que interpretarlo. El tipo dice que va a defender este Gobierno a los tiros y que odia a los blancos del centro: pum, te la puso, nada que explicar. Es posible que tenga algo de involución cívica, o para llamarlo de un modo menos conceptual: es posible que sea un animal, pero en todo caso es un animal que habla claro en una sociedad regida por el marketing corporativo y la especulación dialéctica: a ver quién dice qué para ver qué decimos después. Hacía rato que nadie tajeaba el lienzo de los discursos públicos de una manera tan categórica, sin medir, sin preocuparse por medir la valencia de sus palabras. Desde el “drogas sin sol” de Charly García que nadie dice tan brutalmente eso que tiene para decir.
Como sea, hemos vuelto a poner las cosas en términos de blancos y de negros, y tal vez sea conveniente recordar que somos un gris de la historia, un magnífico cruce cromático, una patria mestiza. ¿Qué pasó en la Argentina para que el señor de la foto se haya vuelto una amenaza cuando, cien años atrás, hubiera sido, tan apenas, otro gaucho pampa? ¿Quién lo transformó en un peligro social? Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, y el pueblo de la Nación Argentina también. Levante la mano el que alguna vez le gritó a alguien: negro de mierda. Ahora levanten la mano los que sólo lo pensaron. Bien, ahora los dos. Gracias, muchedumbres argentinas. Ya pueden bajar los brazos. Podemos.
El señor que está ahí, o lo que cualquier habitante promedio de esta tan tolerante ciudad de Buenos Aires llamaría ese negro: los labios de churrasco, las vísceras de un chori, la piel india, el peronismo explícito, el cuchillo en la mano, la mano sobrándolo, unas Malvinas en algún lugar de por ahí, la palabra “sindicato”, la palabra “camionero”, los ojos chinos y un cielo patrio conteniéndolo todo. Somos ese señor que está ahí. Somos, también, ese negro. Venimos siéndolo, a ver. ¿Y a cuento de qué venir a decirlo? ¿Cuál onda con la proclama? Últimamente, algo nos ha vuelto a poner frente a nuestras históricas tensiones de clase. Desde la repentina revitalización de la palabra “oligarquía” que el conflicto con el campo, por conveniencia retórica del Gobierno o por verdadera emergencia terrateniente, ha recuperado del fondo de la historia, hasta esa rudimentaria representación infantojuvenil que divinas y populares se han tomado la molestia de legarnos, pasando por Jorge Rial hablando de la lucha de clases en esa terminación nerviosa de la realidad nacional que es Bailando por un sueño, verificando quién es grasa y quién es fina en un programa que ya sabemos lo finoli que es. Y culminando, por supuesto, en ese éxtasis de la manifestación pública en boca del señor piquetero oficial. Porque, vamos a decirlo, a Horacio González le hubiera llevado doscientas cincuenta subordinadas explicar las tensiones de clase que Luis D’Elía puso en seis palabras: odio a los blancos del centro. No se puede ser más exacto, más drástico. Lo que tiene de bueno D’Elía es que no te sofoca con tener que interpretarlo. El tipo dice que va a defender este Gobierno a los tiros y que odia a los blancos del centro: pum, te la puso, nada que explicar. Es posible que tenga algo de involución cívica, o para llamarlo de un modo menos conceptual: es posible que sea un animal, pero en todo caso es un animal que habla claro en una sociedad regida por el marketing corporativo y la especulación dialéctica: a ver quién dice qué para ver qué decimos después. Hacía rato que nadie tajeaba el lienzo de los discursos públicos de una manera tan categórica, sin medir, sin preocuparse por medir la valencia de sus palabras. Desde el “drogas sin sol” de Charly García que nadie dice tan brutalmente eso que tiene para decir.
Como sea, hemos vuelto a poner las cosas en términos de blancos y de negros, y tal vez sea conveniente recordar que somos un gris de la historia, un magnífico cruce cromático, una patria mestiza. ¿Qué pasó en la Argentina para que el señor de la foto se haya vuelto una amenaza cuando, cien años atrás, hubiera sido, tan apenas, otro gaucho pampa? ¿Quién lo transformó en un peligro social? Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, y el pueblo de la Nación Argentina también. Levante la mano el que alguna vez le gritó a alguien: negro de mierda. Ahora levanten la mano los que sólo lo pensaron. Bien, ahora los dos. Gracias, muchedumbres argentinas. Ya pueden bajar los brazos. Podemos.
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