jueves, 7 de agosto de 2008

La inteligencia inteligente


“Solo dos casas son infinitas, el universo y la estupidez humana... y no estoy seguro de lo primera”. A mitad de camino entre la ironía y la desesperanza, la frase de Albert Einstein, el genio de la Física que cambió nuestro modo de ver y comprender el mundo, parece encontrar a cada minuto su ratificación.

Los seres humanos creamos los automóviles para transportamos y terminamos matándonos con ellos porque los usamos de manera estupida.

Desarrollamos nuevas tecnologías para facilitar nuestra comunicación y acabamos por hacemos adictos, hasta quedar conectados desde el punto de vista técnico e incomunicados desde el aspecto humano.

Inventamos las armas para sentimos mas seguros y terminamos viviendo en el terror gracias a la proliferación de armas.

Votamos para que defiendan nuestros intereses (en el plano deportivo, institucional, etc.) a quienes luego afectaran a esos mismos intereses al priorizar los propios.

Creamos aparatos que hagan por nosotros tareas sencillas y somos incapaces de realizar esas mismas tareas cuando los aparatos fallan... porque no aprendimos a hacerlas.

Pensemos, sin ir mas lejos, en la incapacidad de hacer cuentas sin una calculadora o en la parálisis general que aqueja a una institución o hasta a una ciudad cuando “se cae el sistema”. Nadie sabe operar sin el.

Entre nuestra “inteligencia” y nuestra estupidez hay un pequeño paso.

El filósofo y educador español José Antonio Marina ha estudiado este fenómeno con gran lucidez en su trabajo La inteligencia fracasada.

La inteligencia, recuerda, no es el acopio de información. Solemos decir que las personas que han leído y estudiado mucho, que viven entre libros, fórmulas matemáticas y desarrollos científicos o que acumulan títulos y maestrías son “muy inteligentes”.

En otras oportunidades, aplicamos esa categoría a los astutos, a los taimados, a los ventajeros. Ya enredados, le decimos inteligencia al talento o a la intuición. Confundimos capacidades cognitivas (percibir, relacionar, argumentar, aprender) con inteligencia y hasta las medimos con tests y puntajes. Y luego nos sorprende que personas tan inteligentes desde ese punto de vista sean tan ineficaces a la hora de vivir una existencia armónica o en el momento de afrontar las muchas preguntas que la vida nos va formulando a través de las situaciones cotidianas.

Es que la verdadera inteligencia radica en nuestra capacidad para enfrentamos al acontecer de la vida y resolver sus interrogantes de una manera funcional, sin dañarnos y sin dañar, mediante la aplicación de nuestros recursos personales. Como se ve, esto tiene poco que ver con la acumulación de datos y de saber intelectual. Hablamos de actuar en la vida. Una persona puede estar dotada de muchos recursos (información, conocimiento, adiestramiento, experiencia) y actuar de un modo estupido.

Marina llama estupidez al fracaso de la inteligencia. Porque no es lo mismo ser inteligente que actuar con inteligencia.

Para la acción se requiere sensibilidad, capacidad de registrar el entorno y, cuando hay otros involucrados, la posibilidad de ser empático, de verlos y tomarlos en cuenta.

La inteligencia nos permite planteamos metas en la vida, propósitos que le den sentido; nos indica hacia donde ir. Las capacidades intelectuales son solo instrumentales, no marcan Lineamientos profundos y trascendentes, según advierte con claridad el Nóbel de Economía Herbert Simon. Desde esa perspectiva, es inteligente y es ético aplicar nuestros recursos no de manera automática, y tampoco desentendiéndonos de la moralidad del fin. Pensamientos o actividades inteligentes se convierten en estupidos cuando su fin o su objetivo resultan dañinos.

Lo que no aporta a la felicidad, a la comprensión, al encuentro, al bien personal en un contexto de bien común, mas allá de sus logros, es inteligencia fracasada. O sea, mera estupidez.

Una regla infalible

EI economista e historiador italiano Carlo Cipolla (fallecido en 2002), desarrollo en su libro “Allegro ma non troppo” un sagaz estudio sobre la estupidez humana y describió allí las cinco leyes que, según el, la rigen. Esta es la tercera ley:

"Una persona estupida es una persona que causa daño a otra o a un grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para si, o, incluso, obteniendo un perjuicio". La regla se comprueba fácilmente en la vida cotidiana.

Por Sergio Sinay
Escritor, especialista en vínculos humanos.
Entre sus ultimas obras se cuentan La sociedad de !os hijos huérfanos,
La masculinidad tóxica y Cuentos machos

No hay comentarios:

Snap Shots

Get Free Shots from Snap.com