domingo, 3 de enero de 2010

El tránsito es el espejo de una sociedad que no sabe convivir






2010 ya ha llegado y los argentinos han comenzado a transitarlo con esperanza, y con una agenda cargada de desafíos que corresponde resolver cuanto antes para que el país despegue.

El análisis merece ser trasladado de la esfera coyuntural para ingresar en las coordenadas que definen el destino de los pueblos. Los argentinos adolecen, más allá de sus notorias virtudes individuales, de graves fallas a la hora de poner en funcionamiento un modelo colectivo eficaz.

A pesar de que lograron recuperar esa trascendente herramienta llamada democracia, el aprendizaje realizado no alcanza para solucionar los graves desacuerdos que suelen dividir a la Nación y empantanar su ruta hacia el progreso.

El tránsito urbano se exhibe como la más precisa de las metáforas en torno de esta imposibilidad de plasmar en conjunto todo lo bueno que se vislumbra en los individuos: cualquier calle, por ejemplo, dará muestras de la falta de respeto hacia las normas básicas por parte de muchos conductores de vehículos (camiones, colectivos, automóviles, motos y bicicletas), así como la imprudencia de los propios peatones.

Las consecuencias son lamentables: una elevada dosis de siniestralidad, que trae aparejada una cuota de muertos, heridos y daños materiales.

Son muchos quienes reclaman mayor control y también un aumento de la dureza a la hora de sancionar: ambos podrían ser valiosos, pero hasta que se produzca el viraje cultural necesario no habrá maquinaria capaz de erradicar el caos.

Tal como se lo ha dicho en esta misma columna, se requieren humildad, autocrítica y responsabilidad social.

A un país se lo identifica mejor por los pequeños actos cotidianos de sus habitantes que por las decisiones de sus gobernantes. Y en ese crucial terreno, los argentinos dejamos mucho que desear.

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