lunes, 11 de enero de 2010

Il dolce far niente: el derecho de los adultos al ocio



Hace tiempo que se habla de la necesidad de que los chicos dispongan de tiempo libre para jugar. ¿Y los adultos? ¿No requieren también del ocio para conservar la salud mental?

Por: Carolina Esses
Diario Clarin

“El ocio provoca una gratificación emocional y espiritual que nada tiene que ver con un fin utilitario, y es vital para la salud”, explica la psicóloga Carola Martínez Mauro. (Ilustración: Daniel Roldán)


Es como nadar: a todos nos gusta hacerlo pero si no paramos es inevitable el cansancio; lo mejor en esos momentos es un banco de arena donde hacer pie un rato, para después seguir", dice Belén Harilaos (36). Belén es musicoterapeuta y trabaja, también, como docente: "Siempre organizo mi año laboral dejando espacios libres. Una o dos mañanas por semana, alguna tarde, me liberan la mente y trabajo más distendida". Durante esas horas Belén baja música de Internet, sale a correr, va a alguna clase de baile o se queda en su casa. "No quiero que ese tiempo que tengo para mí se convierta en algo estructurado ni impuesto –explica–; es como un respiro que me permito en medio de la semana." ¿Culpa por no estar trabajando, haciendo algún curso, aprendiendo algún idioma? "No. Culpa sentiría si no me dedicara ese tiempo a mí misma", dice.

El ocio. La posibilidad de disfrutar de tiempo no estructurado, sin agendas ni programas previos; como diría Osías, "tiempo de jugar que es el mejor". Hoy los especialistas han jerarquizado el concepto y hablan de "ocio creativo". Pero no se trata de ninguna novedad, es sabido que a lo largo de la historia, grandes descubrimientos e inventos se han llevado a cabo durante ese tiempo ajeno a las obligaciones y al trabajo. Desde aquella mítica manzana que observó Newton mientras tomaba un té, hasta el descubrimiento de la penicilina que hizo Fleming luego de unas largas vacaciones. Y por supuesto, mucho más atrás en el tiempo, el ocio fue el padre de las grandes teorizaciones griegas.

"Para ellos –explica Roxana Kreimer, doctora en ciencias sociales y autora, entre otros, de Artes del buen vivir (Paidós) y El sentido de la vida (Longseller)–, el hombre libre era el que disponía de su vida para disfrutar de actividades que son un fin en sí mismo; es decir, que no se desarrollan sólo a cambio de dinero y que hacen plena la vida." Hacer algo por el simple placer de llevarlo a cabo, sin ningún tipo de retribución económica, presión, exigencia o ambición. Algo gratuito y sin finalidad como tejer, sin el apuro por ver el producto terminado, concentrados sólo en ese trabajo manual y en el ejercicio de liberar la mente del ruido circundante.

Porque sí
"Si toco el piano sólo para hacerme famosa, esa actividad no será un fin en sí mismo y, según Aristóteles, me dará menos satisfacción que otras que sí lo sean –explica Kreimer–. La ciencia contemporánea corrobora esta intuición del filósofo griego: nuestra vida es más feliz si procuramos desarrollar muchas actividades que sean fines en sí mismas".

La idea no es salir corriendo a hacernos de un hobby sino emplear el tiempo desarrollando alguna actividad placentera, por más mínima que sea. Según cuenta Kreimer, se ha comprobado científicamente que lo gratificante para la mayoría de las personas es ocupar el tiempo realizando algo que implique un nivel de desafío óptimo (ni tan fácil como para que provoque aburrimiento ni tan difícil como para que provoque frustración). Se trata de actividades que resultan placenteras pero a la vez un poco exigentes, lo suficiente como para mantener la atención cautiva, y que permiten a quien las vivencia perder la noción del tiempo y la autoconciencia y pasar a ser uno con la actividad. El psicólogo húngaro Mihály Csíkszentmihályi describió este fenómeno y lo bautizó fluir, destacando como característica definitoria el placerintrínseco de la actividad, sin fines ulteriores.

Por supuesto, la ecuación perfecta sería hacer que ocio y trabajo dejaran de ser palabras antagónicas. Que el trabajo se convirtiera en ocio creativo y promotor del pensamiento. Lamentablemente, para la mayor parte de la gente, esto no sucede. Entonces, se espera con ansias la llegada de las vacaciones o el "día libre". ¿Cómo hacer para disponer de tiempo ocioso en pleno siglo XXI? Porque, coinciden las especialistas, aunque parezca mentira, es difícil pensar en hacer algo por el simple placer de hacerlo, de dejarnos llevar. Apenas tenemos un rato libre tendemos a ocuparlo en actividades que juzgamos productivas. Y esa productividad se considera según cuán visibles sean sus resultados. Su valor de intercambio. Así, aprender un idioma, leer un libro o hacer actividad física suelen regirse por las mismas leyes que marcan el ritmo en el ámbito laboral. En este marco, estar en casa un martes a la mañana –sin ir al gimnasio, sin trabajar, sin hacer las tareas del hogar– puede ser sinónimo de culpa. "Si me tomara días del trabajo, fuera de las vacaciones, sentiría culpa", confirma Gustavo Núñez (40), abogado en un gran estudio.

La culpa, esa enemiga cotidiana entronizada por Woody Allen, es acaso el gran rival del tiempo de ocio. "El ocio trae consigo un transcurrir diferente al del tiempo laboral –explica Carola Martínez Mauro, psicóloga y docente en la Universidad del Salvador–. Provoca una gratificación emocional y espiritual que nada tiene que ver con un fin utilitario, y muchas veces es esto lo que nos hace sentir culpables, pero hay que tener presente que el ocio es indispensable para la salud mental".

Lógicamente, la culpa no aparece cuando se trata de vacaciones, ni del día domingo, institucionalizado como jornada de descanso. Al ser un tiempo pautado, queda fuera de discusión. Sí puede aparecer el miedo al aburrimiento, la pregunta de qué hacer cuando no hay nada programado, el miedo al vacío.

Los riesgos de parar
También sucede que el tiempo libre invita a la introspección, lo cual no siempre es bienvenido. Para Belén Harilaos, se trata de una necesidad: "Es un tiempo que sirve para parar con el acelere y conectarse con el silencio, con el ver como están las cosas de uno internas y externas, conectarse espiritualmente", dice. Pero parar cuando nunca se para puede ser muy movilizante: "En vacaciones suelen aparecer ciertas crisis que a lo mejor durante el año están tapadas o escondidas detrás de las responsabilidades familiares o laborales", explica Martínez Mauro.

Para escapar de ese vacío que angustia o da vértigo muchos terminan organizando una "agenda de vacaciones", una suerte de agenda laboral bis. Para Gustavo hay otro tema importante: la certeza de que los años pasan rápido y de que, aunque no se trate de una ambición desmedida, aún está en la edad de producir. Para él, parar de vez en cuando es sinónimo de perder el tiempo. "En este momento no puedo darme el lujo de decir: 'Me tomo el día'. Ojalá pudiera, aunque no sé exactamente en qué lo invertiría", dice. Para Gustavo, pensar en momentos de ocio hoy es pensar en el tiempo que está con sus hijos. Lo cual no siempre implica distensión. "Llego a casa y me pongo a armar un rompecabezas con ellos, pero me cuesta desconectarme y pienso en el trabajo. ¿Quién no lo hace?", agrega.

A pesar del estrés con el que muchas veces convive, Gustavo sabe de los beneficios de tomarse un respiro: "A veces salgo del estudio y me doy una vuelta por Plaza San Martín. Puede ser un ratito, media hora, no más, pero me despejo y me ha pasado de encontrarle la vuelta a algún asunto lejos del escritorio". Y cuenta algo curioso: el año pasado, durante el segundo día de vacaciones, una crecida del mar los encontró distraídos a él y a su mujer: apenas pudieron levantar a su hijo menor, que dormía plácidamente a la sombra. El agua se llevó la mochila inutilizando el celular de Gustavo: "Fue como cumplir a la fuerza un deseo: estar incomunicados durante varios días. Algo liberador".

Belén sabe que al priorizar sus mañanas libres resigna algunas cosas. Cierta comodidad económica, por ejemplo. Y, paradójicamente lo que resigna este año es lo que Gustavo espera desde hace meses: las vacaciones. "A diferencia del resto, yo llego bien a fin de año –cuenta–; no llego agotada, porque en la semana tengo como pequeñas vacaciones que me ayudan a lidiar con el estrés del trabajo".

Es que contar con momentos de ocio que no sean exclusivamente esos quince días es fundamental. Para Martínez Mauro, nos permiten tener una mirada más amplia y abarcativa del mundo interior y exterior y así descubrir nuevas posibilidades de disfrutar la vida. ¿Cómo generar estos espacios? "En primer lugar –dice la especialista– hay que descubrir cuáles son aquellas actividades que nos gratifican; dejar espacios en blanco en medio de nuestra rutina diaria; vivirlos sin culpa, con la certeza de que forman parte de un tiempo de recuperación psíquica y física y animarnos a disfrutar".

Para el ensayista francés Roland Barthes el ocio era casi una forma de la rebeldía. A rebelarse, entonces.






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