domingo, 30 de marzo de 2008

El legado de Romina Widmer

Por María Laura Favarel / Diario La Capital


Conocí a Romina Widmer cuando puse delante de ella un grabador para hacerle una nota. Jamás hubiese sospechado la repercusión y el impacto que causó aquella entrevista, principalmente en mí. Tenía curiosidad. Quería escuchar la historia de una chica que padecía un linfoma no Hodking y que había escrito un libro en el que contaba su experiencia con la enfermedad, a la que tomó como un desafío que le planteaba la vida.

Me encontré con una joven de 31 años sonriente, entusiasta y vivaz. Nada hacía sospechar que su cuerpo albergaba un cáncer mortal. Abierta, transparente, sociable, Romina mostró su historia sin ocultar detalles. Relató su feliz infancia, el éxito en su carrera, y luego su desarrollo profesional en Cargill. Con la misma naturalidad habló sobre el diagnóstico que dio un giro copernicano a su vida.

La situación era extraña: la chica llena de vida, efusiva, alegre, con incontables proyectos, amigos en todo el mundo y un espíritu deportivo envidiable era la misma que cargaba con una mochila pesada sobre sus hombros.

Comparó su enfermedad con la escalada al Champaquí, cerro que había subido varias veces, y pidió a sus amigos que la acompañaran en esta "nueva aventura". Romina calificó a su tumor de "bendito". Pero, ¿puede llamarse "bendita" a una enfermedad? Lo cierto es que a ella le mostró un mundo que no conocía, la acercó aún más al reconfortante universo de los afectos, al sostén inigualable de la familia, a sus padres Ana y Bubi; le mostró el valor de cada día, la posibilidad de transitar minuto a minuto como si fuera el único, como si fuera el último.

Su vida fue expansiva. Desde el primer diagnóstico comenzó a relatar a sus amigos lo que le pasaba, lo bueno y lo malo. El correo electrónico fue su aliado. Su espontaneidad impresionó a todos de tal manera que cada uno quiso reenviar esos mensajes y se formó una cadena interminable de personas que la acompañaron en la ardua subida. Los mails se convirtieron en un libro que tituló "¡Viva Vida! El cáncer no impide gritarlo". La publicación se agotó y tuvo que hacer una segunda edición.

Después vinieron las notas y fue protagonista de este suplemento el 13 de enero, hace apenas dos meses. Ese día recibió más de 70 mails. Personas que leyeron su testimonio en Mujer y quisieron acercarse de alguna manera. La cifra aumentó día a día. Enfermos le agradecían la fortaleza. Un alcohólico le aseguró que volvería al tratamiento abandonado. Una empleada le confesó que colgó en su oficina las páginas del diario para tenerla presente y recordar cuáles son las cosas importantes de la vida.

El viernes santo, fecha no casual para una persona de fe como era ella, Romina hizo cumbre. Siempre decía que en las alturas era fácil encontrar a Dios y observar el mundo en su justa medida. Y creo que lo está haciendo ahora desde el cielo. Lejos de lo imaginado, su muerte no causó una tristeza desgarradora, ni desesperación. Romina se fue con la paz que da la misión cumplida.

Romina ya no está, pero dejó una enseñanza marcada a fuego: que la vida tiene momentos duros, pero que está en nosotros cómo los sobrellevamos. Ella eligió hacerlo con ese grito que todavía resuena: ¡Viva Vida!

La nota original del Diario La Capital, podés leerla acá.

El libro de Romina, ¡viva vida!, podés buscarlo acá.

1 comentario:

Anónimo dijo...

todavia resuena en esa montaña yo y mucha gente podemos subir seguido ycon un amigo el polaco quien de su mano hoy siguen en la montaña sonando el grito de VIDA VIVA

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