Hace unos cuantos dias que ando -permítaseme la expresión- a las puteadas por la cobertura periodística que se le dan los medios a la masacre que está llevando adelante el estado de Israel en tierras Palestinas.
Resulta imposible leer información clara y objetiva del conflicto. Los medios nacionales están mas interesados en el veraneo en la costa y en Carlos Paz, el plan de autos K, si asume o no Carlitos Bianchi como manager de Boca o el Rally Dakar que se corre en nuestro país. Y cuando publican algo, lo hacen tímidamente... sin levantar demasiada polvareda y mucho menos emitiendo opinión o haciendo un juicio de valor. No va a ser cosa que....
De la cobertura televisiva mejor no hablar. Los noticieros están mas interesados en los desfiles de Mar del plata, en el golpe de calor, en el carnet por puntos de Buenos Aires, y seguir de cerca lo que pasa en "su propio mundo".
Así, buscando material de verdad sobre el tema, leí este interesante artículo de un blog que suelo visitar, cuyo título es "Hamas ataca Israel". Se los recomiendo. Justamente a través de este blog dí con otro mucho mas interesante aún, de Hernán Zin, cuyo nombre es "Viaje a la guerra". No puedo menos que recomendarlo también. Sobre todo la documental de Hernán sobre el tema, que está en su blog.
Volviendo al tema del tratamiento que hacen los medios del conflicto, habrá que conformarse con leer de los portales españoles de los diarios El Mundo y El País, que tienden a llamar las cosas por su nombre, sin eufemismos. Si para Clarin el titular fué "Israel intensifica los ataques y mueren más de 50 civiles en Gaza", para El País de España el titular fué "Matanza en una escuela llena de refugiados ". Sutiles diferencias, ¿no?
También se pueden seguir algunas noticias en el sitio de la BBC en español, o si se entiende algo de inglés, en el sitio de la cadena árabe Al Jazeera.
Es sugestivo también el silencio de algunos protagonistas del mundillo político. Nuestra "opinologa oficial", la señora presidente, ha evitado referirse al tema en todo momento. Ella que opina hasta de los Piratas Somalíes que secuestraban barcos, evitó referirse al tema. También el silencio del recientemente electo presidente de USA, Barack "Yes We Can" Obama. En el tema económico si nos metemos, en este tema, que afecta intereses, apretamos el botón de "hacernos los boludos".
Para terminar, y seguir puteando y destilando bronca, les dejo esta brillante columna publicada en la fecha en el Diario Crítica Digital, que arroja -a mi modesto entender- algo de luz sobre el verdadero conflicto de la zona. Espero lo compartan.
Un culpable tras las sombras
GUERRA EN LA FRANJA DE GAZA.
El "problema palestino" es consecuencia del desarrollo del capitalismo en la región.
Y la solución que se pretende es siempre la misma: eliminar lo que sobra.
Fabián Harari (*).
El "problema palestino" es consecuencia del desarrollo del capitalismo en la región.
Y la solución que se pretende es siempre la misma: eliminar lo que sobra.
Fabián Harari (*).
A comienzos del siglo XX, Palestina conformaba una economía sobre la base de pequeños productores rurales. Entre 1948 y 1967, el Estado de Israel produjo un violento desalojo de la población rural originaria, que fue expulsada hacia tierras marginales (Gaza y Cisjordania). Aquellos que sabían cultivar sus tierras se vieron sin medios para producir, sin su casa y en la necesidad de trabajar para otros. Es decir, una parte importante de propietarios palestinos fueron convertidos, por la fuerza, en obreros. De un lado, el capital concentró tierra y recursos. Del otro, una inmensa masa de población sin qué vivir: los migrantes judíos y los refugiados árabes.
Los “nuevos” trabajadores tuvieron que emplearse en establecimientos palestinos, jordanos e israelíes. En 1967, Israel conquistó las tierras palestinas y la casi exclusividad de su mano de obra. Sin embargo, no parecía prudente incorporar 4 millones de pobres a un Estado que los había expropiado recientemente. Además, Israel es un Estado confesional. Por lo tanto, no podía aceptar una mayoría “hereje”. Lo que se resolvió es que los espacios fueran “ocupados”, pero no “anexados”. Los palestinos fueron considerados “habitantes”, pero no “ciudadanos”. Se dividió, entonces, a la clase obrera israelí: trabajadores ciudadanos y sindicalizados, frente a una mayoría con salarios miserables y sin derecho social ni político alguno. Éstos debían cruzar la frontera todos los días, para ir a sus lugares de trabajo. Cisjordania y Gaza se convirtieron en un reservorio de mano de obra barata que podía ser “precintada” geográficamente, en caso de ser necesario. El drama palestino es, por lo tanto, una consecuencia de la expropiación (expulsión de tierras) y proletarización (convertirse en obrero) que se desata en Israel luego de 1948 y que permite la expansión de relaciones capitalistas en la región. Esto, bajo el velo de una diferencia religiosa, que es real, pero que no explica el problema: trabajadores musulmanes, cristianos y drusos sí tienen ciudadanía israelí, mientras los palestinos de la Jordania musulmana son segregados.
En la década del ’90, tanto el desarrollo tecnológico como la concentración de empresas produjeron una menor necesidad de brazos. Asimismo, Israel comenzó a recibir inmigrantes de Europa Oriental, que trabajaban en las mismas condiciones que los palestinos. Por lo tanto, éstos se convirtieron en población “sobrante”. Hoy son sólo una fuente de conflicto. Gente que se no se resigna a morir de hambre. El “problema palestino” es, entonces, consecuencia del desarrollo del capitalismo en la región. Y la solución que se pretende es siempre la misma: eliminar lo que sobra (¿no se hizo aquí lo mismo con los indígenas?). No es un problema cultural, ni religioso. Nunca lo fue. No hay que expulsar a judíos ni a árabes. Tan sólo hay que dar con el verdadero culpable, que suele ocultarse tras diferentes máscaras.
Los “nuevos” trabajadores tuvieron que emplearse en establecimientos palestinos, jordanos e israelíes. En 1967, Israel conquistó las tierras palestinas y la casi exclusividad de su mano de obra. Sin embargo, no parecía prudente incorporar 4 millones de pobres a un Estado que los había expropiado recientemente. Además, Israel es un Estado confesional. Por lo tanto, no podía aceptar una mayoría “hereje”. Lo que se resolvió es que los espacios fueran “ocupados”, pero no “anexados”. Los palestinos fueron considerados “habitantes”, pero no “ciudadanos”. Se dividió, entonces, a la clase obrera israelí: trabajadores ciudadanos y sindicalizados, frente a una mayoría con salarios miserables y sin derecho social ni político alguno. Éstos debían cruzar la frontera todos los días, para ir a sus lugares de trabajo. Cisjordania y Gaza se convirtieron en un reservorio de mano de obra barata que podía ser “precintada” geográficamente, en caso de ser necesario. El drama palestino es, por lo tanto, una consecuencia de la expropiación (expulsión de tierras) y proletarización (convertirse en obrero) que se desata en Israel luego de 1948 y que permite la expansión de relaciones capitalistas en la región. Esto, bajo el velo de una diferencia religiosa, que es real, pero que no explica el problema: trabajadores musulmanes, cristianos y drusos sí tienen ciudadanía israelí, mientras los palestinos de la Jordania musulmana son segregados.
En la década del ’90, tanto el desarrollo tecnológico como la concentración de empresas produjeron una menor necesidad de brazos. Asimismo, Israel comenzó a recibir inmigrantes de Europa Oriental, que trabajaban en las mismas condiciones que los palestinos. Por lo tanto, éstos se convirtieron en población “sobrante”. Hoy son sólo una fuente de conflicto. Gente que se no se resigna a morir de hambre. El “problema palestino” es, entonces, consecuencia del desarrollo del capitalismo en la región. Y la solución que se pretende es siempre la misma: eliminar lo que sobra (¿no se hizo aquí lo mismo con los indígenas?). No es un problema cultural, ni religioso. Nunca lo fue. No hay que expulsar a judíos ni a árabes. Tan sólo hay que dar con el verdadero culpable, que suele ocultarse tras diferentes máscaras.
* Historiador, investigador del CEICS y docente de la Universidad de Buenos Aires
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