lunes, 31 de agosto de 2009

"La intuición me salvó la vida"


Fuente Diario La Capital
Por Norberto Puntonet


Alto, corpulento, de mirada amable y profunda, habla claro y pausado, recuerda como si todavía le pesara la historia del accidente de aviación que sufrió en la Cordillera cuando viajaba con familiares y amigos hacia Chile para jugar un partido de rugby, hace casi 37 años. Así, también, desandó su interminable odisea por heladas montañas, con temperaturas de hasta 30 grados bajo cero tras estar 72 días perdido. Nando Parrado (de 60 años), uno de los héroes del llamado “Milagro de los Andes” (aunque a él no le gusta que lo llamen así) estuvo en Rosario.

El accidente tuvo lugar el viernes 13 de octubre de 1972. Ese día, un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya que trasladaba al equipo de rugby del colegio Old Christians de Montevideo junto con algunos familiares se estrelló en el cerro El Sosneado, departamento San Rafael, Mendoza, cuando intentaba llegar a Santiago de Chile para jugar un partido amistoso. Viajaban 45 personas.

Probablemente el accidente fue por el mal tiempo reinante, por un error de cálculo del piloto o por la falla de algún instrumento. Lo cierto es que tras el impacto y una posterior avalancha murieron 29 personas, entre ellas la madre y la hermana menor de Parrado.

Luego de que se agotaran los pocos alimentos con los que contaban, los jóvenes tuvieron que tomar la dolorosa decisión de alimentarse con los restos de los fallecidos, hecho que, sin dudas, les salvó la vida. Quienes sobrevivieron permanecieron 72 días en la montaña hasta que fueron rescatados.

“La mía es una historia que no elegí y que para los demás es más importante de lo que realmente es para mí. A veces me sorprendo de la reacción de la gente ante ciertos momentos de mi vida. Me tocó estar en el peor lugar en que un ser humano puede sobrevivir. En las altas cumbres no había vida, ni esperanzas, ni nada, y salir de ahí no fue fácil”, contó Parrado.

El sobreviviente de los Andes agregó que “lo que al principio era una esperanza se transformó en una lenta agonía. Y uno piensa «que se termine de una vez esto, por favor». Pero el instinto lleva a soportar más y más”.

A los diez días del accidente, tras estar tres días en coma, Parrado escuchó por la radio, que lograron hacer funcionar, que las patrullas de rescate habían abandonado la búsqueda de sobrevivientes. “Ahí me dije: yo acá no me muero. No quiero morir sentado mirándonos a los ojos. Si tengo que morir lo voy a hacer caminando o aplastado contra el hielo”, recordó.

Tras unos cuantos días de preparación y luego de dos intentos fallidos, Parrado y su amigo Roberto Canesa partieron en busca de ayuda. “Cuando llegamos a la cima de la primera montaña vi más montañas y nieve. Sólo 30 segundos me bastaron para decidir seguir adelante. El amor a mi padre me dio el impulso. Quería que supiera que estaba vivo. Con Roberto hicimos un equipo muy bueno pero no teníamos fuerzas para el diálogo, ni tampoco caminábamos como en la calle, uno al lado del otro. No sabíamos cuándo llegaríamos a la civilización, si es que llegaríamos. A veces nos separábamos por 15 minutos o media hora. Nos esperábamos y nos preguntábamos cómo veníamos”.

Parrado dijo que se dejaron llevar por el camino. “No había mucho para elegir ni sabíamos para dónde ir. A veces mirábamos el Sol y pensábamos que íbamos para el oeste, pero a veces el valle doblaba un poco para el norte y nos preguntábamos si volvería a doblar para el oeste. Y si no doblaba para el oeste, ¿qué hacíamos? Por suerte todo en la naturaleza fluye hacia los océanos y las referencias son enormes. Uno piensa «este valle conectará con otro» y sigue. Al pasar el quinto día empezamos a ver menos nieve y algunos yuyos, ahí se me encendió una luz de esperanza. Después, el río nos guió por varios días”.

“Cuando encontramos al arriero, que fue el primero que nos ayudó y luego nos guió, sentí un alivio enorme. Ahí me aflojé. Estaba feliz por mí, por Roberto y mis compañeros que esperaban en la montaña”.

“Voy a ser sincero —aclaró—. No tenía para nada ganas de volver, pero alguien tenía que guiar a los helicópteros. Roberto no se podía mover y estaba tirado ahí con los médicos y no me quedó otra que subirme a la nave. Lo que nos había llevado 10 días de marcha, en helicóptero sólo fueron 40 minutos.

“Cuando el helicóptero en que yo iba intentó aterrizar, aunque era una maniobra muy peligrosa porque el piloto no sabía si había grietas o no, dos socorristas saltaron de la nave y automáticamente tres de mis amigos subieron como pudieron y la nave se elevó y partió. Todo fue muy rápido, no más de 30 segundos. Ese fue un encuentro inolvidable. Me abrazaban y me besaban, me lamían como perros labradores. Era el 22 de diciembre. Terminaba nuestro calvario”.

"Aún tengo la vida”. Parrado contó que hoy su vida “está llena de mi familia, de mis amigos, de mi trabajo, de mis pasiones. Mirar hacia atrás me hace pensar en cosas que no fueron demasiado gratas. Por eso es que me gusta siempre mirar hacia adelante. Hay gente que por cuidar demasiado sus trabajos, sus empresas, sus casas o sus autos se olvida que aún tiene la vida. Todos en la Argentina recuerdan lo terrible que fue el año 2001 y para el Uruguay fue exactamente igual. Mis cuatro empresas quebraron, pero afortunada o lamentablemente tuve que pasar cosas más difíciles que esas. Y me dije ésta es sólo la parte empresarial de mi vida. Tengo a mi familia, mi esposa y mis hijas, a mis amigos, a los seres que quiero. Le dije a mi esposa, ¿qué haremos? Me compro una máquina de cortar pasto y me hago jardinero, pero los seguiré teniendo austedes. Como yo podía comparar, porque había perdido todo cuando tenía 22 años, la carencia material es algo accesorio. Aún tengo la vida y lo más preciado, mis afectos.

“Soy un amante de la vida. Cada vez que uno respira se da cuenta que está bendecido por algo absolutamente fantástico. Mi pasión eran los motores, los autos de carrera y las motos, y siempre quise vivir esas experiencias, y eso me llevó a viajar mucho. Un día conocí a una chica que se transformó en lo más importante de mi vida, mi esposa Veronique. Entonces tomé la decisión más fantástica de mi vida: hacer lo que sentía y seguir mi intuición”.

"No hay que aflojar”. Parrado dijo que “esta historia debe dejar como enseñanza que no hay que aflojar nunca cuando pensás que estás cansado. Ese es el primer escalón de una escalera muy larga. No hay nada que se haga sin esfuerzo. Todo cuesta. Siempre digo hay que subirse a todas las calesitas y comerse todos los sándwiches. De algunas me voy a caer y otras me gustarán pero hay que vivir la vida y disfrutar cada vez que respirás, cada bocanada de aire. Porque cuando uno sea muy mayor y se dé cuenta que en su vida no pasó nada se va a preguntar, pero ¿qué hice? Y va a ser tarde, porque a los 80 no se puede hacer mucho. No hay que tener miedo a cometer errores porque de ellos se aprende. La intuición me salvó la vida y le tengo un respeto enorme. Hay momentos en que nadie lo va a ayudar a uno y tiene que decir «ésta es la mía, estoy solo y decido yo». Hay mucha gente que nunca hace ese click, siempre espera que alguien les solucione los problemas”, concluyó


Angustia

Fernando Seler "Nando" Parrado Dolgay, nació el 9 de diciembre de 1949. Es uno de los 16 sobrevivientes del accidente aéreo de los Andes ocurrido el 13 de octubre de 1972.

Nació en Montevideo, Uruguay. Hijo de Seler Parrado y Eugenia Dolgay, natural de Ucrania, que viajaba en el avión accidentado. Fue el segundo de tres hijos: Graciela (1947) y Susana (1952), todos originarios de Montevideo.

Eugenia murió durante el accidente, y Susana quedó con heridas superficiales aunque se sospechaba que tenía daños internos graves. A las pocas horas manifestó los síntomas de la gangrena en las piernas, debido a las temperaturas bajo cero. Al tercer día su hermano Nando se hizo cargo de ella, alimentándola y masajeándole las piernas ennegrecidas. Aún así fue poco lo que pudo hacer. Tras varios días de agonía, falleció en los brazos de su hermano el 21 de octubre del mismo año, día en que el Servicio Aéreo de Rescate daba por terminada la búsqueda oficial del aeroplano perdido. La joven tenía 20 años.
Parrado perdió también allí a su mejor amigo, Francisco "Panchito" Abal, de 21 años, quien murió debido a una hemorragia cerebral, y a su antiguo amigo Guido Magri, de 24 años, quien había muerto durante el impacto de la nave contra el cerro.

Del milagro a la enseñanza

Desde hace años, Nando Parrado se dedica, entre otras cosas, a dar conferencias sobre el modo en que aquel grupo de jóvenes logró sobreponerse a tanta adversidad y traslada esa enseñanza a la búsqueda de la supervivencia de empresas y al liderazgo. El ha logrado desarrollar estrategias para desbloquear el potencial de las personas y procurar la excelencia en sus lugares de trabajo y la vida. También es el autor del best seller "Milagro en los Andes".
Parrado fue invitado esta semana a dar una charla en el teatro El Círculo por alumnos de segundo año de la maestría en Administración de Empresas de la Universidad Austral. El uruguayo es un conferencista reconocido internacionalmente y ha recibido las tres mayores distinciones a las que pueda aspirar un conferencista internacional.
En 2007, fue elegido “principal orador” por la Iasb (International Association of Speakers Bureaus) y en 2009, fue seleccionado como “principal conferencista” de la NSA (National Speakers Association). En ambas ocasiones, la selección se realiza entre todos los conferencistas en actividad en el mundo. También ha sido tapa de Speaker, la revista más influyente en la industria de las conferencias, en su edición de junio de este año.

Flores en la montaña

Aquella primavera de 1972 el destino le arrebató a Parrado a su madre Eugenia y su hermana menor Susana. Luego de tres días de estar inconsciente, Parrado se entera de que su madre había muerto en el acto tras la caída del avión y que su hermana agonizaba a su lado. Unos días después murió en sus brazos.

En estos casi 37 años que transcurrieron desde el accidente, Parrado volvió 11 veces más a la montaña y su padre lo hizo 17 veces. "Sólo voy para llevarle flores a la tumba de mi madre, de mi hermana y mis amigos. Como cualquier persona que va a los cementerios, sólo que el nuestro queda un poco más lejos", dice.

"Ese es un lugar absolutamente salvaje, pero al mismo tiempo hermoso. Ese silencio y esa magnificencia son algo espectacular. Eso sí, es hermoso cuando sabés dónde estás y qué estás haciendo allí. Si vas con guías, con buenos caballos, comida, radio, GPS, con buena ropa y carpas. No como estábamos nosotros", comparó.



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