Mora Cordeu
(Télam)
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El escritor Pacho O’Donnell recorre en “La sociedad de los miedos”, los diferentes tipos de miedos en que vive inmersa la sociedad, desde aquellos más ancestrales a otros que se acentúan en una época donde el temor se globaliza y refleja nuevas incertidumbres.
“El miedo a la muerte es fundacional, la base de todos los demás”, apunta O’Donnell al referirse a esta investigación cuyo formato primigenio fue una serie de entrevistas televisivas que luego fueron publicadas por la revista Noticias para convertirse en un libro -ampliado y revisado-, recién publicado por Sudamericana.
Cada capítulo incluye la descripción de un miedo en particular: a ser distinto, a la muerte, a perder lo que se tiene, al futuro, a no ser amado, al fracaso, al sufrimiento, a la locura, a la inseguridad urbana, a la vejez, a la soledad.
Y al enfoque del autor se suma en cada caso la opinión de un entrevistado sobre el tema. Así es como participan los escritores Eduardo Galeano, Carlos Monsivais, Alejandro Jodorowsky, Hernán Rivera Letelier, Antonio Skármeta, Alfredo Bryce Echenique, Marcos Aguinis, Guy Sorman, Alejandro Dolina, Dacia Maraini y Fernando Savater.
Para O’Donnell “algunos miedos son exacerbados porque implican una consecuencia comercial muy atractiva, el miedo a la inseguridad ha generado industrias relacionadas con el blindaje del auto, barrios cerrados, alarmas, guardias privadas, etcétera”.
“En nuestra sociedad, el miedo es un sistema de adoctrinamiento que te fuerza a reemplazar el deseo personal con el deseo social. Si todos pasáramos a comprar sólo lo que necesitamos, la sociedad se derrumbaría”, analiza el escritor.
“La sociedad antes producía productos para satisfacer necesidades, pero ahora produce necesidades -subraya-. Y uno se transforma en alguien que desea aquello que no necesita porque la espiral del consumo cada vez es más devastadora”.
A su juicio “esto tiene que ver con un eje esencial de la sociedad que es reemplazar el ser por el tener. La sociedad actual espera que tengas, no que desees. Y si no hay personas que pueden llegar a robar, una forma de acceder a lo que te pide la sociedad es que consumas”.
Esa pérdida de contacto con el deseo propio lesiona la identidad, explica O’Donnell y afirma que “la base de algunas patologías de este tiempo, como la depresión, reflejan esa falta de deseo”.
De manera paradójica, ese deseo social que se impone desde la cultura del consumo, sirve de fundamento al individualismo: “El amor al prójimo ha sido reemplazado por el temor al otro porque te puede quitar lo que tenés. Y se crea un sistema de vida muy paranoico, muy defensivo. Todo se vuelve peligroso”, señala el autor.
“Las relaciones -recalca- entran también en el terreno de lo light, son fugaces y huyen de cualquier tipo de compromiso, muchas se desarrollan por medio de mensajes de texto”.
Otro miedo que se ha instalado con fuerza en los últimos años, implica la percepción de que no hay futuro.
“Tiene que ver con el fracaso de lo que era el ideal de la modernidad. La confianza en la ciencia o en la razón que iban a erosionar lo religioso, una forma supersticiosa de explicar lo que la ciencia iba a develar y conjurar”.
“De pronto el futuro se perfila inquietante, con desastres nucleares, con zombies clonados o manipulaciones genéticas -temores llevados al cine- , en un clima que cada vez se torna más amenazante. El futuro ha perdido lo que tenía de promisorio”, recalca O’Donnell.
También cobran dimensión los miedos domésticos, como perder el trabajo, “porque hoy el miedo es disciplinante de la sociedad en la que vivimos. Es lo que te lleva a no despegarte del rebaño. A no hacer cosas que no se deban hacer o pensar lo que no se debe pensar. Ser distinto -resalta- conlleva el riesgo de ser marginado, un miedo muy significativo. Muy “amaestrante’”.
Algunos miedos se encadenan, dependen unos de otros, se potencian. “Sería el caso del miedo al sufrimiento tomado como si sufrir fuera malo, llevado a un extremo. La drogadicción tiene algo que ver con eso, la idea de crearte un mundo sin sufrimiento. La conjura del sufrimiento se da a través de mecanismos falsos como comprar de manera compulsiva, una forma de instalar una idea de felicidad falsa”.
Esa enajenación del ser humano, considera el escritor, “lleva a una falsa autosuficiencia: yo solo puedo. Una afirmación que esconde el miedo a no ser amado que también es aprovechado comercialmente. Ponerse un desodorante determinado te lleva a conseguir novio, amigos...”.
Un promotor de esta cultura que actúa como una especie de prótesis “es la televisión, que cumple una función muy importante en aumentar la falta de cultura, la frivolidad, la ausencia de estímulo real. El entretenimiento ha reemplazado a la cultura”, sentencia O’Donnell.
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