martes, 22 de abril de 2008

Alta velocidad

Por Enrique Pinti
Publicado en LA NACION Revista el Domingo 13 de abril de 2008

Comer a toda velocidad, sin masticar, empujando el bife y la ensalada con burbujeantes gaseosas mientras se entablan calurosas discusiones hablando por el celular, que no se abandona y se aplasta contra la oreja presionando con el hombro para trincar el alimento sin interrumpir la comunicación, y con la mano que queda libre anotar en una servilleta de papel datos importantes. Faltaban alcohol y un cigarrillo en los labios para completar el cuadro que podría titularse “cómo suicidarse sin siquiera proponérselo seriamente”.

Esta escena que vi tantas veces es habitual a la hora del almuerzo en la City porteña o en cualquier otra urbe mundial. El apuro causa estragos visibles, y muchas veces daños irreparables en nuestras ya de por sí atormentadas mentes urbanas. Y lo peor es que en un gran porcentaje de casos la presión angustiante del apuro es al soberano cohete. La verdad es que la realidad que vivimos nos da pie para semejante sobreactuación. Todo se ha complicado de tal manera y tan inútilmente que pagar la cuota del colegio de los hijos, arreglar la computadora y salvarla de los virus que pueden borrar de un plumazo datos almacenados durante años, pedir una reparación eléctrica o del servicio de tevé por cable, o tratar de que un plomero se digne a venir a nuestra casa para ver si, a cambio de un precio escandaloso, puede arreglarnos algún caño rebelde, se han convertido en peripecias épicas. Entonces, lo que antes era tan sencillo como “voy al colegio a pagar la cuota” ahora es “no admitimos pagos en efectivo por la inseguridad, así que pague por Internet o por débito automático o haga una transferencia o… enséñeles a sus hijos en su casa el programa escolar, prescinda del cole, de paso ahorre y ¡no haga huelga!”.

Ni hablar del laberinto telefónico de las consultas con los “oprima el botón 1”, “apriete el 2”, “opte por el 3” y operaciones más complicadas que incluyen asteriscos, signo numeral, puntos y comas. Hay que tomar un curso para cada cosa, y los veteranos, con nuestra mentalidad sellada y fijada en diez o veinte años atrás, no aprobamos todos los exámenes.

Me ocurrió tener que “hacer o hacer” un autochecking, o sea, autoembarcarme en un vuelo Madrid-Roma. La máquina era sencilla, pero era una máquina, y a mí me da no sé qué no conversar mientras hago las cosas. Un “buenos días, voy a Roma, ¿el avión sale a horario? ¿Me puede recordar la cantidad de kilos autorizados para mi equipaje?” Cosas que la maldita máquina no va a contestar. Además, la historia de pesar las valijas, apretar botones, recordar números y códigos de reserva, destino, clase y muchos etcéteras, complican el trabajo, trabajo por el que a uno no le pagan: todo lo contrario, el que pagó el ticket fue uno. Así eran las cosas aquella mañana en Barajas y todo el mundo cumplía con el ritual excepto algún pobre europeo del Este con pinta gitana. El resto lo hacía, ¡y con qué apuro! Se sentían azafatas de una nave espacial, tropezaban entre sí, con su familia y sus equipajes, y luego corrían a esperar la partida del aéreo con una o dos horas de retraso.

Así, entre los apuros verdaderos, los simulados, los sobreactuados y los sin razón, pasamos por esta breve vida criando úlceras, alimentando infartos y preparando con habilidad digna de mejor causa accidentes cardiovasculares o de tránsito, porque, ¿de qué manera se puede calificar al que maneja apurado para nada, olvidándose de toda regla vial habida y por haber, hablando por el bendito celular para avisar “estoy llegando” o para preguntar “¿qué hay para cenar?”, mientras sus distracciones y prisas le hacen perder reflejos y provocar accidentes y muertes evitables? “Imbécil” sería una palabra demasiado suave.

El “vísteme despacio que estoy apurado” cada día tiene más vigencia en este mundo de ocupados veloces, desocupados más veloces todavía (sobre todo con las manos) y políticos a los que les gusta hacer como que trabajan viajando de país en país, de conferencia en conferencia, de cumbre en cumbre y de papelón en papelón. “Chi va piano, va sano e va lontano.”

revista@lanacion.com.ar
El autor es actor y escritor

NdB: Este texto salió publicado en la edición de La Verdad Funense del dia 18 de Abril de 2008, con algunos párrafos "mutilados", y sin citar la fuente del artículo (Diario La Nación Revista). Siempre hay que citar la fuente cuando se "copypastea" un artículo, de lo contrario un léctor "desprevenido" de La Verdad puede llegar a aventurar que el Señor Enrique Pinti escribe para La Verdad, ¿no les parece?

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