Señora presidenta –¿o debería decir cuasi presidenta?–: en estos días le debe escribir mucha gente. Se ve que con esto de que habla tanto hay quienes quieren contestarle y, claro, no es tan fácil. Así que disculpemé si la molesto. No era mi intención. Y le juro que yo al Padrino sólo lo he visto en la pantalla.
La escuché con mucha atención esta semana y por momentos me confundieron algunas cosas que dijo, porque me pareció que también decía lo contrario: no entendí, por ejemplo, cuando habló mucho de la historia y los setentas y el golpe y los crímenes pero después dijo que no importa de dónde venimos sino hacia dónde vamos. O cuando dijo que el peronismo nunca había impulsado la lucha de los pobres contra los ricos y después no dijo qué hacía con una tal Eva Duarte. Y mejor no contarle cómo me enfurruño cuando la escucho hablar de los derechos humanos como si nadie o cuasi nadie más hubiera hecho nada, ni del simplismo de que no apoyar sus medidas equivalga a ser un golpista antipatria oligarca pampeano.
Pero lo que realmente me mató fue cuando dijo que el dibujo de Menchi Sábat era un “mensaje cuasi mafioso”. Le juro que le di vueltas, señora: ¿Cómo es ser cuasi mafioso? ¿Es como ser un poco virgen? ¿Ligeramente muerto? ¿Bastante robado? Primero no lo entendí, después lo detesté: señora, detesté ese cuasi.
Cuasi es una palabra particular –como lo son todas las palabras. Cuasi viene del lenguaje leguleyo, es lo que se solía llamar un latinajo, una palabra que marca diferencias entre los cultos y los incultos: usted podría haber dicho casi pero dijo cuasi, para hacer juego con la presentación que le hace el locutor: la doctora Cristina Fernández, todo eso. Es su estilo: algunas referencias populares pero que nadie se olvide de que es una abogada, faltaba más. Me dirá que eso no importa mucho, y yo le diré que es cierto, que cuasi no importa. Pero el tema es que usted no dijo cuasirrefleja, cuasi concluido, cuasimodo, cuasi cuasi: dijo cuasi mafioso, señora, lo llamó cuasi mafioso. Dijo algo muy pesado, y pensó que lo iba a aminorar con ese cuasi.
Si tiene que decir algo, señora cuasi presidenta, ¿por qué no lo dice de verdad, haciéndose cargo? Porque al final igual lo dice, claro, todos lo escuchamos –porque a usted, cuando habla, todos debemos escucharla, al fin y al cabo por voluntad electoral usted tiene el micrófono más grande–, pero lo dice como si lo dijera un poco menos. Lo dice pero le dará miedito o vergüenza o vaya a saber qué y lo dice más o menos, lo cuasi dice.
Y me da la impresión de que ahí hay una clave. Así hablan muchos argentinos, y así funciona mucho en su gobierno. No quieren decir lo que quieren decir o quieren decir lo que no quieren decir o tienen miedo de que no los entiendan o tienen miedo de que los entiendan y entonces cuasi dicen. Pero lo peor es que cuasi hacen: hacen pero no terminan de hacer, o hacen distinto.
A veces me cuasi gusta lo que usted cuasi dice, señora. Cuando dice que va a redistribuir, por ejemplo. Pero cuando dice que estas medidas económicas que le trajeron tantos problemas son redistributivas, ¿no debería decir cuasi redistributivas? Digo, porque hasta ahora se ve que, de la supuesta redistribución, ustedes hacen o intentan hacer la primera parte, recaudar el dinero; todos le creeríamos mucho más –o cuasi le creeríamos– si viéramos más clara la segunda parte: que usen ese dinero para cumplir con las necesidades urgentes de tantos argentinos, en lugar de sentarse encima y acumular poderes.
Pero no hablábamos de eso, hablábamos de cuasi. Usted acusó al Menchi Sábat de haberle mandado un mensaje cuasi mafioso. ¿O será que acusó a Clarín? Si quiere pelearse con uno de los mayores grupos monopólicos de la patria, que maneja como pocos las ideas e ideologías de los argentinos, señora cuasi, avise y vamos todos. Pero no parece, porque con ellos hace negocios, les ofrece prebendas. Así que el cuasi mafioso será Sábat, y entonces no: no nos toque al Menchi, mire vea, uno de los tipos más íntegros y respetados y queridos que hay en este país. Se equivocó, señora cuasi: se cuasi metió con el que no debía.
Y hubiera sido más digno si, por lo menos, se hubiera metido de frente, sin el cuasi.
Cuasi respetuosamente, Martín Caparrós.
La escuché con mucha atención esta semana y por momentos me confundieron algunas cosas que dijo, porque me pareció que también decía lo contrario: no entendí, por ejemplo, cuando habló mucho de la historia y los setentas y el golpe y los crímenes pero después dijo que no importa de dónde venimos sino hacia dónde vamos. O cuando dijo que el peronismo nunca había impulsado la lucha de los pobres contra los ricos y después no dijo qué hacía con una tal Eva Duarte. Y mejor no contarle cómo me enfurruño cuando la escucho hablar de los derechos humanos como si nadie o cuasi nadie más hubiera hecho nada, ni del simplismo de que no apoyar sus medidas equivalga a ser un golpista antipatria oligarca pampeano.
Pero lo que realmente me mató fue cuando dijo que el dibujo de Menchi Sábat era un “mensaje cuasi mafioso”. Le juro que le di vueltas, señora: ¿Cómo es ser cuasi mafioso? ¿Es como ser un poco virgen? ¿Ligeramente muerto? ¿Bastante robado? Primero no lo entendí, después lo detesté: señora, detesté ese cuasi.
Cuasi es una palabra particular –como lo son todas las palabras. Cuasi viene del lenguaje leguleyo, es lo que se solía llamar un latinajo, una palabra que marca diferencias entre los cultos y los incultos: usted podría haber dicho casi pero dijo cuasi, para hacer juego con la presentación que le hace el locutor: la doctora Cristina Fernández, todo eso. Es su estilo: algunas referencias populares pero que nadie se olvide de que es una abogada, faltaba más. Me dirá que eso no importa mucho, y yo le diré que es cierto, que cuasi no importa. Pero el tema es que usted no dijo cuasirrefleja, cuasi concluido, cuasimodo, cuasi cuasi: dijo cuasi mafioso, señora, lo llamó cuasi mafioso. Dijo algo muy pesado, y pensó que lo iba a aminorar con ese cuasi.
Si tiene que decir algo, señora cuasi presidenta, ¿por qué no lo dice de verdad, haciéndose cargo? Porque al final igual lo dice, claro, todos lo escuchamos –porque a usted, cuando habla, todos debemos escucharla, al fin y al cabo por voluntad electoral usted tiene el micrófono más grande–, pero lo dice como si lo dijera un poco menos. Lo dice pero le dará miedito o vergüenza o vaya a saber qué y lo dice más o menos, lo cuasi dice.
Y me da la impresión de que ahí hay una clave. Así hablan muchos argentinos, y así funciona mucho en su gobierno. No quieren decir lo que quieren decir o quieren decir lo que no quieren decir o tienen miedo de que no los entiendan o tienen miedo de que los entiendan y entonces cuasi dicen. Pero lo peor es que cuasi hacen: hacen pero no terminan de hacer, o hacen distinto.
A veces me cuasi gusta lo que usted cuasi dice, señora. Cuando dice que va a redistribuir, por ejemplo. Pero cuando dice que estas medidas económicas que le trajeron tantos problemas son redistributivas, ¿no debería decir cuasi redistributivas? Digo, porque hasta ahora se ve que, de la supuesta redistribución, ustedes hacen o intentan hacer la primera parte, recaudar el dinero; todos le creeríamos mucho más –o cuasi le creeríamos– si viéramos más clara la segunda parte: que usen ese dinero para cumplir con las necesidades urgentes de tantos argentinos, en lugar de sentarse encima y acumular poderes.
Pero no hablábamos de eso, hablábamos de cuasi. Usted acusó al Menchi Sábat de haberle mandado un mensaje cuasi mafioso. ¿O será que acusó a Clarín? Si quiere pelearse con uno de los mayores grupos monopólicos de la patria, que maneja como pocos las ideas e ideologías de los argentinos, señora cuasi, avise y vamos todos. Pero no parece, porque con ellos hace negocios, les ofrece prebendas. Así que el cuasi mafioso será Sábat, y entonces no: no nos toque al Menchi, mire vea, uno de los tipos más íntegros y respetados y queridos que hay en este país. Se equivocó, señora cuasi: se cuasi metió con el que no debía.
Y hubiera sido más digno si, por lo menos, se hubiera metido de frente, sin el cuasi.
Cuasi respetuosamente, Martín Caparrós.
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