El 80% de los argentinos pasa su tiempo libre sentado en un sillón. Un estudio de la UCA reveló que las actividades preferidas son escuchar música, ver televisión, leer y navegar por Internet. Cero en deportes, en arte y en trabajo social.
Las personas recuerdan que tienen una vida, normalmente, cuando descansan del trabajo. Ésa es una de las funciones del ocio: poner la existencia frente a la nariz y abrirla como un abanico de posibilidades múltiples. Pero la novedad no es ésta (las virtudes del dolce far niente ya fueron tema de debate entre los griegos) sino la siguiente: de toda la oferta que presenta la vida cuando no estamos haciendo dinero, el 80% de los argentinos últimamente elegimos una sola opción, pasar el tiempo libre sentados en un sillón. Un 50% de los argentinos afirma que, cuando no trabaja, mira televisión o escucha música, y un 30 % restante dice que se dedica a leer.
Un estudio de la Universidad Católica Argentina (UCA) revela que, en términos generales, no trotamos por Palermo, no hacemos trabajo comunitario, no remontamos barriletes con el niño, no nos desplazamos hasta un cine, no salimos con amigos, ni paseamos solos: elegimos, en la mayor parte de los casos, poner el traste en el sofá. Hacer nada. O hacer todo lo que pueda hacerse sin activar la osamenta.
El estudio fue realizado entre 2.500 personas de nueve conglomerados urbanos de todo el país y está enmarcado en el programa Observatorio de la Deuda Social de la UCA, que busca –en su apartado “Uso del tiempo libre”– saber de qué forma ocupamos nuestras horas de descanso, si es que las tenemos. El primer hallazgo del informe es que el 85% de los encuestados dice que posee tiempo libre. Y el segundo dato es que, de esa población con ocio disponible, las elecciones de consumo cultural son prioritariamente sedentarias: la actividad preferida es escuchar música (66,6%), seguida por mirar televisión (47,2%), leer (41,3%) y navegar por Internet (16,7%).
Por el contrario, aquellas actividades que exigen alguna movilidad gozan de un rechazo sorprendente: el 86,7% admite que no realiza trabajos comunitarios, 78% no hace actividades artísticas y el 63,2% no practica deportes. En síntesis, la Argentina parece haber quedado atascada en el sillón del living. Y las consecuencias, lejos de un análisis simplista, no son sólo físicas.
“Notamos que existe una pasividad sorprendente en las situaciones de ocio, más allá de los estratos sociales o la edad”, asegura la socióloga Silvia Lepore, investigadora del Observatorio de la Deuda Social y docente de la UCA. Y agrega que este gusto por la vida inmóvil tiene que ver con al menos cuatro factores que se relacionan entre sí. Por un lado, la gente dispone de poco tiempo libre y en consecuencia busca un “desenchufe” inmediato que sólo puede llegar con una radio o un televisor (ya que ir al cine o a pasear requiere mayor planificación).
En segundo lugar está el factor económico: los que deseen realizar una actividad que signifique un desplazamiento, y a su vez quieran estar junto a su familia, se verán obligados a un gasto económico alto.
En tercer término, el avance de internet hace que la movilidad se dé cada vez más en territorios virtuales. Y, por último, hay un factor tan básico y argentino como el desastre de los transportes públicos. “La gente llega a su casa agotada no sólo de trabajar, sino de viajar –explica Lepore–. Esta ciudad se ha convertido en una especie de infierno de tránsito, más allá de cómo viajes. La gente pierde tanto tiempo y tanta energía trasladándose, que llega a su casa y lo único que quiere es desplomarse.”
Claro que hay distintas formas de repantigarse. El doctor Ricardo Rubinstein, psicoanalista especializado en deportes y director de la consultora Sport Mind, distingue entre lo que podría llamarse el “modelo Homero Simpson” (es decir, se vive sentado) y lo que podría ser el “modelo trabajador flexibilizado” (llega de su casa hecho puré y necesita recuperar la compostura).
Dicho en términos más colegiados, cuando se habla de tiempo libre –sostiene el doctor Rubinstein– una cosa es el tiempo de descanso y otra el de recreación. “Después de todo un día en la oficina, es comprensible que una persona busque la distensión y el relax en una actividad de tipo pasivo, ya que el organismo necesita realizar una ‘homeostasis’, es decir, restaurarse del desgaste que ha estado teniendo –explica Rubinstein–. A su vez, si después de trabajar doce horas, te vas a jugar al tenis, estás perdiéndote un rato de vida familiar. Y la mayor parte de la gente elige estar en familia. Por lo tanto, este tiempo de ocio es muy distinto del que se tiene durante unas vacaciones. En los períodos vacacionales, cada vez más gente elige actividades que incluyen deportes. Y esto tiene que ver con que el cuerpo se recupera del estado de agotamiento y ahí sí está apto para una actividad recreativa más dinámica”.
¿Para qué sirve moverse? O, planteado de otro modo, ¿qué nos perdemos cuando caemos a los pies del sofá? Además del factor salud (el ejercicio es recomendable para el buen funcionamiento cardiovascular y el control del peso) están el hormonal (cuando un cuerpo se ejercita, se liberan endorfinas, que son sustancias que proveen una sensación de bienestar) y el psicológico: “El ejercicio produce una situación de descarga a través del movimiento –explica el doctor Rubinstein–. Muchas personas sienten que por esta vía reparan sensaciones de dificultad o impotencia en otros ámbitos. Alguien que puede salir, correr, jugar, le está dando un lugar al ‘poder’ por encima de otras situaciones en las que no se puede tan fácilmente”.
LOS ESPARTANOS. En los orígenes mismos de la civilización occidental, el ocio siempre fue un espacio que –si estaba bien entendido– se nutría de actividades sedentarias. En la antigua Atenas se lo relacionaba con la contemplación, la evasión, la introspección y la ocupación reposada; tres factores de los que sólo se podía gozar cuando no había presiones económicas y sociales. Frente al ocio, los griegos colocaban el neg-ocio (no-ocio), es decir, lo que se consideraba superficial. Pero esta división perfecta no sobrevivió el paso del tiempo.
Transcurrieron, desde entonces, más de veinte siglos y una devaluación del peso argentino. Y el tiempo libre, en nuestro país, parece haberse nutrido de una versión algo ecléctica de la tradición griega: alimentamos el ocio sedentario de los atenienses, pero vivimos a un ritmo espartano. “Hoy, el ocio es inmóvil pero en el peor sentido, ya que profundiza las brechas sociales” advierte el sociólogo Agustín Salvia, investigador del Conicet y director de la Encuesta sobre Deuda Social Argentina. Para medir las consecuencias sociales, Salvia y su equipo tomaron un indicador psicológico llamado “locus de control”, que consiste en medir la capacidad que tiene un individuo de sentir que controla las condiciones de su entorno. Y detectaron que, cuando se realiza una actividad sedentaria (como ver televisión, navegar por internet) en las clases bajas el locus baja y en las altas aumenta. “Las actividades sedentarias reproducen y aumentan las condiciones de desigualdad, porque los individuos acceden a la información teniendo una capacidad crítica que está dada previamente por su extracción social –explica Salvia–. Es decir que, con una vida en el sillón, el problema del sobrepeso, contra todo pronóstico, sería el más inofensivo de todos.”
Fuente: Encuesta sobre la Deuda Social en la Argentina (EDSA) realizada entre los meses de mayo y junio de 2007, entre 2500 personas del Área Metropolitana de Buenos Aires, Gran Córdoba, Gran Mendoza, Gran Rosario, Gran Salta, Gran Resistencia, Paraná, Bahía Blanca y Neuquén-Zapala. Publicado por CRITICA DIGITAL.
Un estudio de la Universidad Católica Argentina (UCA) revela que, en términos generales, no trotamos por Palermo, no hacemos trabajo comunitario, no remontamos barriletes con el niño, no nos desplazamos hasta un cine, no salimos con amigos, ni paseamos solos: elegimos, en la mayor parte de los casos, poner el traste en el sofá. Hacer nada. O hacer todo lo que pueda hacerse sin activar la osamenta.
El estudio fue realizado entre 2.500 personas de nueve conglomerados urbanos de todo el país y está enmarcado en el programa Observatorio de la Deuda Social de la UCA, que busca –en su apartado “Uso del tiempo libre”– saber de qué forma ocupamos nuestras horas de descanso, si es que las tenemos. El primer hallazgo del informe es que el 85% de los encuestados dice que posee tiempo libre. Y el segundo dato es que, de esa población con ocio disponible, las elecciones de consumo cultural son prioritariamente sedentarias: la actividad preferida es escuchar música (66,6%), seguida por mirar televisión (47,2%), leer (41,3%) y navegar por Internet (16,7%).
Por el contrario, aquellas actividades que exigen alguna movilidad gozan de un rechazo sorprendente: el 86,7% admite que no realiza trabajos comunitarios, 78% no hace actividades artísticas y el 63,2% no practica deportes. En síntesis, la Argentina parece haber quedado atascada en el sillón del living. Y las consecuencias, lejos de un análisis simplista, no son sólo físicas.
“Notamos que existe una pasividad sorprendente en las situaciones de ocio, más allá de los estratos sociales o la edad”, asegura la socióloga Silvia Lepore, investigadora del Observatorio de la Deuda Social y docente de la UCA. Y agrega que este gusto por la vida inmóvil tiene que ver con al menos cuatro factores que se relacionan entre sí. Por un lado, la gente dispone de poco tiempo libre y en consecuencia busca un “desenchufe” inmediato que sólo puede llegar con una radio o un televisor (ya que ir al cine o a pasear requiere mayor planificación).
En segundo lugar está el factor económico: los que deseen realizar una actividad que signifique un desplazamiento, y a su vez quieran estar junto a su familia, se verán obligados a un gasto económico alto.
En tercer término, el avance de internet hace que la movilidad se dé cada vez más en territorios virtuales. Y, por último, hay un factor tan básico y argentino como el desastre de los transportes públicos. “La gente llega a su casa agotada no sólo de trabajar, sino de viajar –explica Lepore–. Esta ciudad se ha convertido en una especie de infierno de tránsito, más allá de cómo viajes. La gente pierde tanto tiempo y tanta energía trasladándose, que llega a su casa y lo único que quiere es desplomarse.”
Claro que hay distintas formas de repantigarse. El doctor Ricardo Rubinstein, psicoanalista especializado en deportes y director de la consultora Sport Mind, distingue entre lo que podría llamarse el “modelo Homero Simpson” (es decir, se vive sentado) y lo que podría ser el “modelo trabajador flexibilizado” (llega de su casa hecho puré y necesita recuperar la compostura).
Dicho en términos más colegiados, cuando se habla de tiempo libre –sostiene el doctor Rubinstein– una cosa es el tiempo de descanso y otra el de recreación. “Después de todo un día en la oficina, es comprensible que una persona busque la distensión y el relax en una actividad de tipo pasivo, ya que el organismo necesita realizar una ‘homeostasis’, es decir, restaurarse del desgaste que ha estado teniendo –explica Rubinstein–. A su vez, si después de trabajar doce horas, te vas a jugar al tenis, estás perdiéndote un rato de vida familiar. Y la mayor parte de la gente elige estar en familia. Por lo tanto, este tiempo de ocio es muy distinto del que se tiene durante unas vacaciones. En los períodos vacacionales, cada vez más gente elige actividades que incluyen deportes. Y esto tiene que ver con que el cuerpo se recupera del estado de agotamiento y ahí sí está apto para una actividad recreativa más dinámica”.
¿Para qué sirve moverse? O, planteado de otro modo, ¿qué nos perdemos cuando caemos a los pies del sofá? Además del factor salud (el ejercicio es recomendable para el buen funcionamiento cardiovascular y el control del peso) están el hormonal (cuando un cuerpo se ejercita, se liberan endorfinas, que son sustancias que proveen una sensación de bienestar) y el psicológico: “El ejercicio produce una situación de descarga a través del movimiento –explica el doctor Rubinstein–. Muchas personas sienten que por esta vía reparan sensaciones de dificultad o impotencia en otros ámbitos. Alguien que puede salir, correr, jugar, le está dando un lugar al ‘poder’ por encima de otras situaciones en las que no se puede tan fácilmente”.
LOS ESPARTANOS. En los orígenes mismos de la civilización occidental, el ocio siempre fue un espacio que –si estaba bien entendido– se nutría de actividades sedentarias. En la antigua Atenas se lo relacionaba con la contemplación, la evasión, la introspección y la ocupación reposada; tres factores de los que sólo se podía gozar cuando no había presiones económicas y sociales. Frente al ocio, los griegos colocaban el neg-ocio (no-ocio), es decir, lo que se consideraba superficial. Pero esta división perfecta no sobrevivió el paso del tiempo.
Transcurrieron, desde entonces, más de veinte siglos y una devaluación del peso argentino. Y el tiempo libre, en nuestro país, parece haberse nutrido de una versión algo ecléctica de la tradición griega: alimentamos el ocio sedentario de los atenienses, pero vivimos a un ritmo espartano. “Hoy, el ocio es inmóvil pero en el peor sentido, ya que profundiza las brechas sociales” advierte el sociólogo Agustín Salvia, investigador del Conicet y director de la Encuesta sobre Deuda Social Argentina. Para medir las consecuencias sociales, Salvia y su equipo tomaron un indicador psicológico llamado “locus de control”, que consiste en medir la capacidad que tiene un individuo de sentir que controla las condiciones de su entorno. Y detectaron que, cuando se realiza una actividad sedentaria (como ver televisión, navegar por internet) en las clases bajas el locus baja y en las altas aumenta. “Las actividades sedentarias reproducen y aumentan las condiciones de desigualdad, porque los individuos acceden a la información teniendo una capacidad crítica que está dada previamente por su extracción social –explica Salvia–. Es decir que, con una vida en el sillón, el problema del sobrepeso, contra todo pronóstico, sería el más inofensivo de todos.”
Fuente: Encuesta sobre la Deuda Social en la Argentina (EDSA) realizada entre los meses de mayo y junio de 2007, entre 2500 personas del Área Metropolitana de Buenos Aires, Gran Córdoba, Gran Mendoza, Gran Rosario, Gran Salta, Gran Resistencia, Paraná, Bahía Blanca y Neuquén-Zapala. Publicado por CRITICA DIGITAL.
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